Preguntas sin respuesta
MADRID, 28 (OTR/PRESS)
Si los setenta y siete asesores de Rodríguez Zapatero se conforman con celebrar el triunfo del señorito en la tele, porque así lo acreditan las encuestas y el récord de audiencia del programa «Tengo una pregunta para usted» del lunes por la noche, no estarán haciendo bien los deberes. Más les cundirá su trabajo si rastrean las causas de que el presidente del Gobierno perdiera el pasado lunes por la noche una excelente oportunidad de acercarse a los ciudadanos, aquí y ahora agobiados por una crisis económica de incierto desenlace.
No era suficiente decirles que vienen tiempos muy difíciles aunque «de ésta vamos a salir». Claro, no hay mal que cien años dure. Había que dar justamente la respuesta reclamada por una participante en el programa, una mujer en paro: «Yo tengo una pregunta para usted, pero ¿tiene usted una respuesta para mí?».
Se refería a una respuesta para ella en su individualidad, una ciudadana concreta y distinta a otra ciudadana u otra trabajadora. Una respuesta del presidente sin dejar de mirarla a la cara. Y no supo dársela. Ni a ella ni a otros preguntantes que perciben la crisis a partir de su circunstancia particular. Y siempre acabó refugiándose en el discurso oficial y prefabricado que puede llegar al titular de un periódico pero no al corazón o al cerebro del ciudadano ordinario que mira al gobernante como alguien que realmente puede darle una respuesta o una salida a su problema personal.
Le acabó hablando de las 31.000 obras públicas que se van a llevar a cabo a través de los Ayuntamientos con la esperanza de crear 400.000 puestos de trabajo. De nuevo la inercia del discurso oficial, que no supo o no quiso vencer a lo largo del programa. Por miedo al compromiso, por falta de seguridad en sí mismo o por falta de costumbre. El lenguaje político sirve para disimular esos defectos pero también para ahondar en la proverbial distancia entre gobernantes y gobernados. Y esa es, a mi juicio, la clave de la deslucida actuación del presidente del Gobierno ante las cámaras de TVE el pasado lunes por la noche.
«No se me vaya usted por las ramas», le dijo una de las participantes, aludiendo un rasgo propio de nuestros políticos. Algo que afecta cada vez más al modelo democrático que se despacha en nuestro entorno. Es el mal de la impostura, propia del actor y del político. Como profesionales ambos están obligados a actuar. A veces, a sobreactuar. Es decir, a desdoblarse, para adoptar artificialmente la personalidad que conviene. Lo que pasa es que por ese camino solo el actor alcanza la excelencia, el aplauso y, en definitiva, el acercamiento al público. En el caso del político es todo lo contrario. Cuanto más actúa, más se aleja del público. O sea, de los ciudadanos.
Antonio Casado