MADRID, 30(OTR/PRESS)
El primer poder, es decir, el Ejecutivo, en España está como está, instalado en la arbitrariedad; el segundo, el Parlamento, se puebla de ausentes; el tercero, los jueces, prefiere entablar batallas en Israel a resolver el millón de casos pendientes aquí, y además plantea huelgas acaso ilegales. El cuarto poder somos nosotros, los periodistas, los medios de comunicación. Se supone que, como aportación hasta la que no llegó Montesquieu, tenemos la misión de vigilar el comportamiento de los otros tres y, como los demás, limitar las tentaciones de omnipotencia del resto.
Pero el cuarto poder está, en todo el mundo, inmerso en una revolución. Que es tecnológica, pero no sólo. Que es también política, social. Los medios buscamos nuestro lugar en el mundo, tratamos de averiguar en qué pedestal situar la información, que es el bien más caro a la persona tras la vida y la integridad física.
Quiero decir que no estoy seguro de que el cuarto poder esté preparado para asumir el tremendo papel que las circunstancias le asignan, cuando los «poderes fácticos» están en crisis y los poderes clásicos de Montesquieu no acaban de hallar su camino. Asusta y preocupa la responsabilidad que tienen ante sí los medios de comunicación y angustia comprobar que muchas veces ni siquiera se plantean lo que les toca hacer en estos momentos. Tenemos una autocrítica muy seria pendiente, pero nos dedicamos, como los demás, a sobrevivir.
Me parece que no estamos cumpliendo suficientemente con nuestro deber crítico precisamente cuando tantas cosas criticables ocurren, en el gobierno, en la oposición, en las instituciones, en la calle. Hay que lanzar voces de alarma: el funcionamiento de los poderes en España se ha desequilibrado y de ese equilibrio depende nada menos que la calidad de una democracia. De los otros ya hemos hablado mucho: ahora nos toca analizarnos a nosotros mismos.
Fernando Jáuregui.
