¿Qué hacemos con nuestros mayores?


MADRID, 29 (OTR/PRESS)

La historia de Dolores Espejo, de 88 años, no es una historia más de las muchas que nos ofrece la prensa diaria, no. La historia de Dolores es de esas que llegan al corazón, que te hacen reflexionar sobre esas situaciones extremas a las que desgraciadamente se ve sometida tanta gente, y de las que nada sabemos porque las viven en soledad y en silencio, casi de forma paralizante, por su difícil solución.

A Dolores, los médicos del Hospital Puerta de Hierro de Madrid, le han desahuciado, le han dicho que se puede ir a su casa a morir tranquila, porque nada más pueden hacer por ella, sólo rezar y esperar a que le llegue el momento final. De estas novedades Dolores no se ha enterado porque permanece inconsciente. No ve, no oye, no traga ningún tipo de alimento, solo suero por vía intravenosa, apenas si tiene fuerzas para respirar, de manera que de la noche a la mañana Dolores se ha convertido en un vegetal.

El problema empieza ahora para la familia, porque si sacan a Dolores del hospital y se la llevan a casa, el mundo se hunde a sus pies. Un enfermo de esas características requiere una dedicación a tiempo completo, las 24 horas del día, necesita una habitación, con unos aparatos para poder moverla sin dañarla su casi transparente piel.

Teniendo en cuenta que nadie les dice el tiempo que puede permanecer en ese estado, los hijos de Dolores han solicitado al Hospital que les ayuden a buscar una solución. Una solución que lógicamente no depende ni del médico, ni del personal sanitario, sólo de la familia y de las administraciones públicas, de ahí que se hayan atrincherado en la habitación y digan que no salen de ella hasta que no encuentren un lugar donde, y perdonen la expresión, poder «aparcar» a la abuela.

Un Hospital no es un geriátrico, pero en todos los hospitales debería haber unidades para casos como este, donde puedan permanecer los enfermos un tiempo, o el tiempo necesario hasta que les encuentren el lugar adecuado, una residencia de corta o larga duración, porque nada hay más desolador que ver a nuestros mayores de casa en casa, o de hospital en hospital, en el último tramo de su vida, que debería ser el más dulce de todos. A esa edad lo quiere la gente es el cariño y los mimos de sus familiares pero sobre todo que se les trate como seres humanos que son y no como trastos viejos que ya no valen para nada.

Hay muchas Dolores en nuestro país que están pidiendo a gritos que no se olviden de ellas, porque su problema de ahora será el nuestro dentro de unos años. Tenemos la Ley de Dependencia, sólo falta que se aplique con todo rigor. Y si alguien no lo hace debe ser denunciado por toda la sociedad, ya que no hay ideología que justifique el dolor ajeno, el dolor de quiénes han trabajado toda su vida para sacar el país adelante, a los que tanto debemos.

Rosa Villacastín

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