MADRID, 30 (OTR/PRESS)
Ha sido habitual la existencia en los últimos gobiernos españoles, particularmente en los socialistas, de algún ministro que, por alguna oscura razón, concitara la burla y la mofa de la oposición como ningún otro. Paradigmático es el caso del excelente ministro que fué Fernando Morán, un hombre bueno e instruido que, a causa de ello probablemente, fue usado por las derechas como muñeco de pim-pam-pum para arremeter contra el gobierno, como el payaso de recibe las bofetadas. Desde entonces, las personas normales, y no digamos las buenas personas, desarrollaron un sentimiento de simpatía y reconocimiento hacia esas criaturas convertidas en dianas de las más zafias y gárrulas saetas, y esto ha venido siendo así hasta la llegada de Magdalena Alvarez, actual titular de Fomento, que, la verdad, está poniendo a prueba ese hermoso sentimiento restaurador de la dignidad de los políticos víctimas de las innobles chanzas de la carcundia.
Aunque es muy probable que Magdalena esté haciendo lo que puede, más lo es que lo que puede es poco y deficiente. ¿A qué recordar su actuación en la catástrofe de los trenes de Cercanías de Barcelona cuando irrumpió entre ellos el AVE, o su pobre gestión de las movidas meteorológicas o aeroportuarias? El hecho de que una pijilla como la diputada catalana Montserrat Nebrera la acusara de hablar mal porque lo hace en andaluz popular, no culto ciertamente, hizo más benévolas, en general, las miradas hacia su persona, que no hacia su gestión ministerial, pero el otro día vino la mujer a estropearlo todo. Aludiendo a las acusaciones indiscriminadas que recibe, dijo que la querían culpar de todo lo que pasa «en el mundo mundial». Oh, Dios, eso no, Magdalena, eso no es hablar mal, eso es hablar puerilmente. Eso, tamaña bobadita, es dar argumentos a los chacales y quitárselos a los prontos a la piedad.
Rafael Torres.
