Fernando Jáuregui – No te va a gustar – ¡A la huelga general!


MADRID, 3 (OTR/PRESS)

Sabido es que, cuando los dioses quieren perder a alguien, primero lo ciegan. Ciegan su entendimiento, claro. Ocurre a escala individual, pero también colectiva: hay momentos en la historia de los pueblos en los que todos parecen haber perdido la cordura: los gobernantes, los que quieren llegar a serlo, las instituciones, los medios, los empresarios, los banqueros…

Porque, por poner un ejemplo, ¿quién diablos le dijo al ministro de Industria que hablase de la irrupción masiva del coche eléctrico dentro de cinco años, cuando quedan cantidades ingentes sin vender de automóviles «clásicos» de gasolina? ¿Se compraría alguien un vehículo que, dentro de cinco años, estará -Miguel Sebastián dixit_obsoleto porque para entonces teóricamente el reino del motor será -que no lo será, porque los plazos de Sebastián no tienen nada que ver con la realidad posible- eléctrico? Pues eso: que los dioses quieren perder al señor ministro, cegándolo, y, de paso, perder a la industria automovilística, nuestro mayor semillero de empleos, cerrándola.

Ahora, al margen de los dislates oficiales y de los desvaríos de la oposición, o de una parte de la oposición (o de ambas partes en las que la oposición se dedica a sacudirse), parece que irrumpen en el escenario los sindicatos. Así, a algún dirigente sindical le he oído decir en las últimas horas, a la vista de las cifras del paro, algo como que «si sigue este deterioro, tendremos que ir a la huelga general».

Pero ¿será con una huelga general como se encuentre ocupación para tres millones largos de desempleados? ¿No ha bastado con el fracaso de la huelga convocada en Francia para disuadir a nuestros sindicalistas? Unos parecen más decididos que otros -la irrupción en escena del nuevo secretario general de Comisiones Obreras ha caldeado las posibilidades de una «primavera caliente»-, pero las dos fatídicas palabras han aparecido ya en el panorama: huelga general. Y el pacto social, la bendición provisional que nos concedieron los dioses, corre el riesgo de saltar por los aires. Un día de estos, los manes, lares y penates que venían protegiéndonos se van a enfadar con tantas frivolidades y, entonces, todos ciegos de la peor ceguera: la de los que no quieren ver.

Fernando Jáuregui.

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