Julia Navarro – Escaño Cero – cada uno en su sitio.


MADRID, 5 (OTR/PRESS)

Me sorprende la sorpresa manifestada desde ciertos sectores de la derecha por el recibimiento que el Gobierno ha dispensado al cardenal Bertone, Secretario de Estado del Vaticano. Y me sorprende también que esos mismos sectores se sorprendar que el Gobierno no piense dar marcha atrás en algunas leyes que evidentemente no pueden gustar a la Iglesia Católica. Vayamos por partes. El Gobierno español ha hecho lo que tenía que hacer recibiendo con todos los honores al Secretario de Estado del Vaticano, lo contrario es lo que hubiese sido noticia.

El Vaticano es un Estado con el que España mantiene relaciones diplomáticas y por tanto nuestro gobierno debe de tratar con toda consideraicón y respeto a quienes lo representan. Si a eso se añde que los españoles profesamos mayoritariamente el catolicismo, razón de más para que las relaciones entre España y el Vaticano deban de transcurrir por cauces en los que prime el diálogo.

Otra cosa son las diferencias entre el Vaticano y el gobierno español a cuenta de una serie de leyes como la del aborto o Educación para la Ciudadanía que, repito, es obvio que a la Santa Sede y a los católicos, no les tienen por qué gustar. Pero España es un Estado aconfesional y por tanto el gobierno no puede legislar en función de dictados religiosos, sino que tiene que gobernar para todos los ciudadanos.

Otra cosa es que el gobierno no tenga en cuenta la opinión y la sensibilidad de, repito, los muchos millones de católicos que hay en España. Pero no debemos olvidar que un Estado moderno debe de separar perfectamente lo que es del César y lo que es de Dios. De manera, que el gobierno está absolutamente legitimido para propner leyes que no tienen por qué gustar al Vaticano, de la misma manera que las autoridades eclesiásticas están en su derecho ¡faltaría más¡ para criticar y advertir sobre el contenido moral, o inmoral, de estas leyes para quienes son católicos.

En un Estado de derecho cada cuál debe de estar en su sitio, y ni el Gobierno puede emprenderla contra la Iglesia, ni tampoco la Iglesia olvidar que más allá de que manifieste libremente su opinión sobre lo que considere oportuno,a l final la última palabra la tiene el Parlamento y el Gobierno. Esto puede dar lugar a tensiones, tensiones que pueden rebajarse en el ámbito de la diplomacia, pero que no tienen por qué provocar ni rupturas ni falta de diálogo. En la visita del cardenal Bertone a España, Zapatero ha vuelto a demostrar que es un político florentino y el cardenal Bertone por su parte ha escuchado y dicho lo que tenía que decir, sabiendo el terreno que pisaba, y que más allá de las diferencias sería un error el choque de trenes con un gobierno elegido democráticamente.

El problema no es que las relaciones del gobierno con el Vaticano sean malas, porque no lo son, son las que tienen que ser, sino que la falta de entendimiento del gobierno con el cardenal Rouco, jefe de la Iglesia española, y del cardenal Rouco con el gobierno, están dando lugar a un enfrentamiento que al final no sirve para nada. A través de la confrontación, el cardenal Rouco no defiende mejor los intereses de la Iglesia Católica, de la misma manera que el Gobierno en muchas ocasiones hiere de manera malintencionada la sensibilidad de los católicos. En realidad, yo diría que ni Zapatero ni Rouco quieren entenderse.

Pero más allá de ese desencuentro entre estos dos protagonistas, lo normal es que las cosas sean como son, como hemos visto que son: un cardenal con el cargo de Secretario de Estado, un hombre sin duda con poder en el Vaticano, ha visitado España y el gobierno le ha recibido como debía de recibirlo. Ni más ni menos.

Julia Navarro.

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