Fermín Bocos – Cuidado con la xenofobia laboral


MADRID, 6 (OTR/PRESS)

Lo que está pasando en la Italia gobernada por Berlusconi es la punta del iceberg pero en el resto de Europa también alientan pulsiones xenófobas. Alienta el miedo al otro, al extranjero, en este caso al inmigrante -ilegal o legal- cuya presencia en el precario mercado de trabajo resulta ofensiva para quienes se han quedado sin empleo. El inmigrante visto como competidor. «Puestos de trabajo británicos para trabajadores británicos», rezaban las pancartas con las que justificaban la huelga miles de trabajadores del sector energético en el Reino Unido. Huelgas también en Francia y algaradas en Grecia.

En Italia, Berlusconi impulsa una ley para que los médicos estén obligados a denunciar a los inmigrantes ilegales. Marone, el ministro del Interior, no se corta un pelo al hablar del asunto. «No hay que ser buenos con los inmigrantes ilegales, hay que ser malos» -ha dicho con palabras en las que la oposición señala resonancias mussolinianas. Nadie duda de que Italia es una democracia, pero la recesión económica que tanto paro provoca está sacando lo peor de sus gobernantes y de quienes les apoyan. Lo más inquietante es que, como digo, no es un fenómeno exclusivamente italiano. Entre las conclusiones de la cumbre de Davos figura una advertencia en la misma dirección: la crisis puede generar revueltas sociales. El trabajador autóctono en paro recela del inmigrante que tiene un empleo. Ese malestar puede fermentar en términos de protesta en la calle y de apoyo a opciones políticas radicales.

Pese al diagnóstico de Carlos Marx en el «18 Brumario» la verdad es que, salvo excepciones, la Historia no suele repetirse, pero sí es cierto que hay circunstancias y problemas que parece que cursan con la misma deriva. En el siglo pasado, durante el período de entreguerras, la crisis económica aparejó la frustración y los miedos que alumbraron el fascismo. Se dirá que ahora algo silimilar es imposible porque tenemos la ventaja de la Unión Europea. Es cierto. Pero también lo es que cien años después, el fascismo nunca comparecería de uniforme, con botas y correaje. Sus formas exteriores serían otras, pero seguiría siendo fascismo.

Fermín Bocos.

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