MADRID, 6 (OTR/PRESS)
Para los asmáticos sólo hay una cosa peor que los cambios de tiempo: que el tiempo no cambie. Que un tiempo atroz como éste que lleva instalado entre nosotros desde hace tres meses, no cambie, me refiero. Para los asmáticos, ora alérgicos, ora bronquiales, más para éstos últimos, casi toda meteorología es adversa, pues sus bronquios responden desordenadamente, equivocadamente, a la mayoría de los fenómenos atmosféricos, no digamos al frío, al viento, a la cellisca, a la lluvia y a la niebla. Se ahogan, literalmente se ahogan, pero no porque el aire no entre en sus pulmones, sino porque no alcanza a salir de ellos, bloqueado por los bronquios inflamados, y de ahí las toses, las sibilancias y las crepitaciones de las cafeteras de sus pechos. Unos diez millones de españoles son, en una u otra medida, asmáticos, y su número aumenta pavorosamente.
Sin embargo, cuando los noticiarios narran de mañana los perjuicios y las devastaciones de las nevadas, los huracanes, los granizos y las tormentas, no se desliza en sus relatos ni una mención ligera, de pasada, a los asmáticos, que no sólo no han podido pegar ojo en toda la noche, sino que se han levantado como si hubieran sido estrangulados durante ella por sus propios bronquios, enloquecidos de súbito. Los noticiarios sólo hablan de los coches, que los pobres se han atascado en las autovías nevadas, de los aviones detenidos, de algún pueblecillo de montaña que se ha quedado aislado y de la ministra de Fomento. Este aquelarre meteorológico que tortura hasta lo inconcebible a millones de asmáticos se usa luego para rellenar esos infraprogramas televisivos de «actualidad» que versan sobre la nada, para poner una nota aleve, pintoresca, en las romas tertulias de periodistas del PSOE y del PP que pontifican sobre la crisis, y para alguna interpelación parlamentaria, cómo no, a la ministra de Fomento. Pero de los asmáticos, de sus crisis permanentes, no se acuerda nadie. Salvo el Ventolin.
Rafael Torres.
