Fernando Jáuregui – Siete días trepidantes – ¿Habrá una «ofensiva Rajoy»… o no?


MADRID, 7 (OTR/PRESS)

-Rajoy sigue, o eso piensa-

Hace pocos días, me encontré casualmente con Mariano Rajoy. Almorzaba yo con un colega en una tasca madrileña y el presidente del PP ocupaba la mesa inmediata, junto con sus dos más cercanos colaboradores. Al final, le preguntamos, en charla informal, eso de «y ahora, ¿qué?». «Hay quienes piensan otras cosas, pero yo voy a seguir», nos dijo, con su bruma galaica. Más o menos, lo mismo que, según parece, les ha reiterado a algunos periodistas con los que se ha reunido discretamente estos días. Repite que «ellos», los rivales intestinos, no lo van a lograr. El líder de la oposición sorteó ya un complot interno en su contra, la pasada primavera, y está dispuesto a resistir un segundo ataque. Sobre todo, ahora que el enemigo «de casa» está debilitado por escándalos varios.

Lo que ocurre es que ahora la tormenta es mayor. A Rajoy, de quien pienso que es un personaje honrado, aunque le falten valor y cierto afán de ganar, le explota bajo la silla un escándalo de corrupción urbanística -y no sólo, parece-, desvelada por el juez Garzón, que esta vez no por la prensa. Y la corrupción anida precisamente en los feudos principales del partido, Madrid, Valencia y, un poco, Galicia, donde el inflexible Núñez Feijoo acaba de expulsar, en plan Obama, al cabeza de lista por Ourense por no haber cumplido a tiempo, por decir lo menos, con sus obligaciones tributarias. Y ha tenido el valor, hay que decirlo, de hacerlo a una semana del comienzo de la campaña electoral.

Pero ¿bastan esos gestos? ¿Bastan los esfuerzos en privado del presidente del Partido Popular para atajar lo que se le viene encima? No. Está claro que Rajoy va a tener que hacer algo más que reunirse con comilitones con mayor o menor influencia periodística para convencer a la ciudadanía de que él es un líder capaz de hacer frente a los muchos males que amenazan a este país nuestro. Y que él es un mal menor que el que representa un Zapatero sin norte.

Por supuesto, primero tendrá que poner orden en casa, y eso no va a ser fácil, con el tremendo tsunami que arrasa la Comunidad de Madrid, donde, a las investigaciones de Garzón sobre cuestiones que ya figuraban en algunos de los dossieres que circulan por ciertas redacciones y mentideros capitalinos, se suman las presumiblemente trepidantes sesiones en la Asamblea madrileña, que empiezan esta semana, sobre la trama del espionaje. Es posible, incluso, que ambas cuestiones, corrupción y espionaje -¿no es, en el fondo, lo mismo?-, acaben solapándose en algunas intervenciones: los socialistas madrileños, habitualmente tan poco operativos, están dispuestos a aprovechar esta oportunidad, en la que, encima, juegan las rivalidades entre los «populares» «aguirristas» y «gallardonistas».

Que Madrid es cuna de todos los males políticos es algo que no es nuevo: ya quedó patente en la comisión de investigación, tan seguida por la opinión pública, acerca del «tamayazo». Pero de aquello no salió nada, ni siquiera un propósito general de enmienda. Personalmente, creo estar seguro también de la honradez de la presidenta Esperanza Aguirre, aunque no tanto de la de algunos más o menos directamente en su entorno, que hacen imposible que ella sea una alternativa a Rajoy, suponiendo que ello sea posible o necesario. No tengo más pruebas para acusar a alguien en concreto -y no lo haré, por tanto- que los muchos rumores, papeles sin confirmar e informaciones derivadas de las investigaciones de mis compañeros: pero es verdad que hay municipios madrileños donde han ocurrido cosas al menos extrañas. Es verdad que hay rivalidades sin cuento entre políticos de los mismos partidos (no hablo solamente del PP, por supuesto). Es verdad que no ha habido desmentidos convincentes a dossieres que circulan, aunque ciertamente lo hacen sin proyección pública (todavía). Es verdad que el clima político, al menos en la Comunidad madrileña, se está haciendo irrespirable.

Es verdad, en suma, que Esperanza Aguirre, a la que quedan dos semanas y media de agonía política con esa comisión de investigación en la Asamblea de Madrid, lamentablemente tan «controlada» por ella, pero investigación al fin, habrá de dar un puñetazo sobre la mesa. El que no ha dado, hasta el momento, Rajoy, que ha cometido un lamentable error al ceder y desmantelar (perdón, suspender) la comisión de investigación interna de la que hizo responsable a la secretaria general, Dolores de Cospedal. Parafraseando una expresión ambigua que gusta al político de Pontevedra: ¿Habrá una ofensiva de Rajoy o no?. Pensar que esos puñetazos sobre la mesa pudiesen estar coordinados entre Génova y el «poder paralelo» que anida en la sede de la Comunidad, en la Puerta del Sol, es ya ilusión prácticamente imposible. Así que Zapatero puede estar tranquilo.

-El rey del «Obamambo»-

Sí, Zapatero puede estar tranquilo, ante el panorama que despliega el principal partido de oposición. Puede que siga el PSdeG gobernando en Galicia, dicen las encuestas, y hasta que un socialista se encarame a la lehendakaritza en el País Vasco. Los sondeos le distancian crecientemente de los «populares» (aunque el entusiasmo de la opinión pública por él y por su gobierno sea perfectamente descriptible). Y el espectáculo siempre fascinante de la pelea entre los gladiadores, que es una pelea a muerte, hace a la ciudadanía olvidar la actuación de los bufones, con sus pintorescas declaraciones, sus contradicciones y sus recetas de aspirinas para el cáncer de la crisis.

Tan tranquilo y seguro de sí está Zapatero que hasta invita al Papa al Xacobeo que seguirá, previsiblemente, controlado por la Xunta de Pérez Touriño. A punto estuvo el presidente, nos lo mostraron las imágenes televisivas, de besar la mano del supercardenal Bertone si el «numero dos» del Vaticano no la hubiese apartado prudente y discretamente. Y es que, sin nadie a su izquierda, con muchos mal avenidos a su derecha, ZP se siente, lo dice un colaborador que me parece bastante cercano, el rey del mambo nacional, que es una especie de «mambobama», como dicen, con humor negro, algunos «populares».

Fernando Jáuregui

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