MADRID, 12 (OTR/PRESS)
Abrumado por los dos escándalos que investiga la justicia y que tocan a personas e instituciones relacionadas con el PP, Mariano Rajoy ha decidido pasar al ataque y darse a la caza mayor. Y lo ha hecho buscando un enemigo exterior para explicar dos presuntas tramas preñadas de enemigos autóctonos. Porque de lo que se conoce hasta hoy entre los presuntos espías y espiados, entre los presuntos corruptores y corruptos, entre los denunciantes y denunciados, y entre los dimisionarios y destituidos, no encontramos personajes de otros partidos ni, que se sepa de momento, que hayan trabajado para administraciones locales en manos de otro partido que no sea el PP.
En estas, desde Génova se articuló la teoría de la cacería contra el PP y, mientras maduraba, Bermejo y Garzón proporcionaron un regalo extraordinario a Rajoy con su común aventura cinegética de fin de semana. Con la que está cayendo, no parece la mejor idea que el ministro de Justicia y el juez instructor de un caso tan sensible como el que maneja compartan un fin de semana de caza. Aunque por la misma razón cabe suponer que si de lo que se trataba era de conspirar contra el PP, personajes tan curtidos como Bermejo y Garzón hubieran empleado un camino más discreto que el de la pública cacería para urdir su trama.
Pero hay más. Desde que estallaron ambos escándalos el PP no se ha cansado de reclamar la presunción de inocencia para todos los implicados y la honorabilidad para su partido. Es de justicia. Lo que ya no parece tan justo es que mientras reclama eso para sí se dedique, día sí y día no, a sembrar la sospecha sobre todo lo que se mueve: los periodistas que investigan los casos, los medios que difunden sus informaciones, el juez que instruye la causa, la Fiscalía que la impulsa, el ministro del ramo y el que no es del ramo. No es una estrategia nueva, pero cuando la emplean otros, desde el democrático PNV hasta la ilegal Batasuna, a casi todos nos suele parecer infame. Al PP, creo, también.
