Agustín Jiménez – Escapar, sí, pero ¿adónde?


MADRID, 17 (OTR/PRESS)

Cuando Franco, certero cazador, batía Sierra Morena, las piezas cobradas iban a parar a los refectorios de Andújar y aledaños, y muchos niños de entonces deben al hecho cinegético franquista su somera degustación de la carne de jabalí. En un tiempo sin separación de poderes, el dictador era el único juez con tenencia de armas. El país era feliz. El general lo preservaba asesinando berracos y, tras el sacrificio ritual, daba de comulgar a los niños internos en la zona.

El hoy es cutre. Ni siquiera los ayudantes de las monterías reciben más que un mísero bocadillo. En el mismo refugio de escopetas, bandoleros y símbolos añejos que eligió el cruzado de El Ferrol, el ministro de justicia y el juez galáctico han ratificado su unión sagrada contra el medio ambiente y contra media España. Si es imprescindible (Nietzsche) desconfiar de quien pide justicia, la desconfianza se agrava cuando quien la reclama carece de piedad con los cervatillos (es un bambicida, como apunta Tomás Cuesta), gruñe con tanta eficacia como un jabalí y rubrica sus fechorías como un colono chulo o un señorito de Berlanga. En las dos últimas décadas, los horteras españoles jugaban el golf. Con la crisis parece que vuelve la tradición. Sólo Franco tenía habilidades parejas para el golf y para lo venatorio.

Frente al presuntuoso lío de sangre y cuernos del ministro y el juez, se alza una devastada zona de caza mayor: un partido principal a cuya sombra los chorizos crecen como champiñones. El esplendor cervatil de Sierra Morena ha ofuscado la rapiña becerril.

Y así estamos. En Andorra no cabemos todos; en Venezuela nos podría secuestrar Chávez; en Marruecos tomarían represalias por la «caza al moro» practicada por la policía de Rubalcaba; en el mar se ahogan los niños y, al ser el océano tan estrecho, chocan los submarinos franceses y británicos; en Italia viven Berlusconi y Benedicto, en cuya persona han naufragado tanto la filosofía como la mítica diplomacia cardenalicia; en Bélgica, por último, se suceden los chistes belgas. Tras veinte años de denodados esfuerzos, la policía belga había encontrado un osario que iba a darle la clave de una salvaje cadena de asaltos a supermercados: los restos resultaron ser de la era merovingia. No será por falta de tradición.

Quien crea que en el extranjero es mejor, es que viaja poco.

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