MADRID, 16 (OTR/PRESS)
Pienso que a los españoles debería importarnos mucho más de lo que nos importa lo que ocurre en América Latina. Allí está nuestro futuro y, casi diría, nuestro presente. Que Hugo Chávez haya convocado el mismo referéndum que perdió hace un año, esta vez para ganarlo, perpetuándose en el poder con visos de legalidad, me parece una de esas cosas preocupantes que ensombrecen el horizonte latinoamericano. Que las cancillerías europeas traten -la española también, desde luego_ de minimizar los excesos del caudillo bolivariano tampoco deja de causarme alarma: la posesión de grandes yacimientos de petróleo no puede justificarlo todo. Bastante hemos justificado ya en otras latitudes.
¿Ganó Chávez realmente? Qué duda cabe: ganó, aunque no por tan amplio margen como para que pueda decirse que la sociedad venezolana está partida. Este referéndum, que acaba con un principio democrático tan sano como es la limitación de los mandatos, es reversible. Y no creo que Chávez acabe saliéndose con la suya: la victoria de este domingo fue pírrica. No es el tiempo de los gobernantes atípicos que bordean los límites de la democracia -votar cada cuatro años es una regla demócrata, pero no agota lo que ha de ser una democracia–, arbitrarios y faltones.
Cierto que la oposición venezolana ha sido torpe, miope y está desestructurada: pero Hugo Chávez, que nunca debería haber estado ahí, acabará cayendo y los que hoy le anulan pretenderán no haberlo conocido nunca.
