Fernando Jáuregui – Siete días trepidantes – ¿Y si hubiera un pacto entre Zapatero y Rajoy?


MADRID, 28 (OTR/PRESS)

«SON COSAS DE URKULLU».- Iñigo Urkullu, presidente del Partido Nacionalista Vasco, basó su intervención en el mitin final de la campaña vasca, en el bilbaíno Pabellón de La Casilla, en la denuncia de un posible «pacto de Estado» entre Zapatero y Rajoy para desplazar a Ibarretxe de Ajuria Enea y hacerse, socialistas y populares, con el gobierno vasco. Cierto que esa ha sido la hipótesis que han aventurado los nacionalistas para convencer a los vascos de que deben seguir votando a los «de siempre» para que «los de Madrid» no interfieran en el autogobierno de Euskadi, teniendo a Patxi López y a Antonio Basagoiti de «marionetas».

Cierto es también que en Vitoria, en Bilbao, en San Sebastián, en los grandes pueblos que he recorrido estos días, hay muchos vecinos convencidos de que, si la aritmética sale, el PP dará sus votos al PSE de López para que este se convierta en lehendakari, acabando con el califato de Ibarretxe. Y puede que, llegado el caso, así sea: desde luego, no lo desmienten, cuando con ellos se habla en privado, los «populares» vascos, para los que lo importante ahora es que cuenten con ellos, aunque sea solamente un poco, para cambiar el signo de las cosas en Euskadi.

Otra cuestión muy diferente es que haya habido pacto alguno entre Zapatero y Rajoy. Ni pacto «de Estado», como dice Urkullu, ni de ninguna otra clase. No se entienden, simplemente. Aunque todas las encuestas realizadas al respecto dicen, inequívocamente, que deberían hacerlo, que hay muchas cuestiones en las que deberían entenderse. De hecho, tengo la impresión, tras escuchar su decepcionante intervención en el mitin final de la campaña vasca, en un almuerzo-mitin en Vitoria, de que Rajoy tiene la mosca tras la oreja en el sentido de que, al final, y según cuáles sean los números que arrojen las urnas este domingo, Patxi López puede acceder a los cantos de sirena desde La Moncloa y pactar con el PNV, que, al fin y al cabo, es quien apoyó al gobierno de ZP a la hora de aprobar los infumables Presupuestos Generales del Estado para 2009.

«MATCH POINT».- Los dos principales partidos nacionales coinciden en el símil: este domingo se vive una situación que recuerda a la impresionante película de Woody Allen «Match Point»: si la pelota da en la red y cae del otro lado, tú ganas; si se queda en campo propio, pierdes. Es el escaño 38 el que, tanto en el caso gallego como en el vasco, decide si hay relevo de Touriño y/o de Ibarretxe, o si siguen el uno, el otro o ambos. El «match point» se juega a apenas unos miles de votos. Y lo curioso es que, en ambos casos, son grandes las apuestas que están sobre el tapete. A saber: la estabilidad política de Mariano Rajoy, la seguridad en la trayectoria de Zapatero… y, desde luego, todo lo que signifique una preeminencia o un declive de los nacionalismos. Que no es poco.

No me parece justo, de cualquier forma, que esos pocos miles de votos, que determinarán de qué lado cae la bola, sirvan para decidir cuestiones como si Rajoy debe o no ser relevado o si Zapatero está acertando en su política de alianzas. Han sido campañas dominadas en lo subterráneo por estas obsesiones y en lo superficial por la rutina y la frialdad. Han sido, es de temer, campañas aburridas, rutinarias, convencionales. Qué lejos nos caen aquellos debates entre Obama y Hillary Clinton…

LA HORA DE LA CRISIS.- Ha llegado la hora de la crisis, le guste o no al presidente del Gobierno. No me refiero, claro, a esa crisis económica que nos atenaza y contra la que ya vemos que no quedan otros remedios que un mayor estatismo (por simplificar), apretarse el cinturón y aumentar la confianza de las gentes, entre otras cosas, luchando con rigor contra la corrupción, sea en Madrid, Valencia, Málaga (Alcaucín, donde la corruptela tiene aires hasta folclóricos) o donde fuere; que ya iba siendo hora de que los evidentes escándalos urbanísticos tuviesen su castigo. Como puede que tengan su castigo ante las urnas ciertos despilfarros en las administraciones central, autonómica y local. Aunque eso habrá que esperar para comprobarlo.

Pero ya digo que ahora me refiero a otra cosa. Me refiero a la crisis gubernamental. Pocas veces el conjunto del elenco ministerial ha tenido un perfil más bajo, más desordenado, que ahora. Da la impresión de que algunos ministros hacen, simplemente, lo que les da la gana, desdeñan mantener una agenda constructiva y se encogen de hombros ante el escándalo que en la ciudadanía provocan algunos de sus comportamientos. Mariano Fernández Bermejo pagó con su cabeza política una cacería (o varias), cuando lo importante era que la Justicia española estaba -y está- en llamas, aunque hay que decir que la inquieta Intranet judicial se ha pacificado algo con la llegada de Caamaño, el Gran Desconocido, al caserón de la calle San Bernardo donde se aloja el Departamento de Justicia. Pero hay otros miembros del elenco gubernamental que hacen de su capa un sayo -véase lo de Magdalena Alvarez en Siberia-, cuyas agendas son simplemente pretextos -véanse los casos de los titulares de Cultura, Igualdad, Vivienda, Ciencia e Innovación, etc.-, o que van tirando públicamente la toalla -como Solbes-, que ahí siguen, no obstante.

Me dicen que Zapatero piensa en una crisis de alcance, pero no antes de que se hayan celebrado las elecciones europeas, el 7 de junio. A menos, pienso, que los resultados de las elecciones de este domingo le convenzan de que hay que mover algo, una pieza. O más bien varias piezas. Ya digo: unos pocos miles de votos podrían, con razón o sin ella, desencadenar muchos movimientos en este frenético tablero de ajedrez en el que estamos todos metidos.

FERNANDO JAUREGUI

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