Fernando Jáuregui – No te va a gustar – Ahora, ZP tiene que pensar en grande


MADRID, 2 (OTR/PRESS)

Pues eso: y ahora ¿qué? La costumbre de sacar conclusiones dramáticas de cada resultado electoral se pone, una vez más, de manifiesto. Pero ahora es real: se acabó la diversión -las campañas electorales siempre son una suerte de evasión para los políticos- y empieza el juego real. Por ejemplo: ¿qué ocurre si Patxi López forma gobierno en el País Vasco con el apoyo del Partido Popular, desplazando a Ibarretxe? O lo que es lo mismo: ¿qué ocurrirá con el apoyo del PNV a los malhadados Presupuestos Generales del Estado de Solbes si, en el País Vasco, los socialistas se van con otro?

Ya digo: ahora toca pensar en grande y abandonar esa funesta manía de pensar en parches, chantajes, tú me apoyas en esto y yo te doy aquello, siempre procurando que el elector no lo note demasiado. Si concedo tal cosa a los nacionalistas vascos, ellos me apoyarán en Madrid. Y si no me apoyan siempre podremos cambiar el favor de los nacionalistas vascos por el de los catalanes con una transferencia más, con una financiación más generosa. Y, si llegamos al último término, siempre tendremos a los canarios, tan comprensivos cuando hay contrapartidas suficientes por medio.

Pero me parece que se acabó esa manera de hacer política y no logro comprender cómo es posible que quien tiene que verlo no lo vea. Nos hallamos inmersos, nos dicen, en la mayor crisis económica (y de valores) desde la segunda guerra mundial y, sin embargo, los comportamientos de nuestra clase política siguen siendo más o menos los de siempre: intercambios rastreros, dobleces, pactos ocultos, tú me das esto y yo aquello*

Tengo la sensación de que de estas elecciones podríamos sacar algunas conclusiones generales de importancia. Una, que la gente quiere cambio. Dos, que quiere, además, cambios. Cambios profundos. Si en el País Vasco pueden gobernar otros que no sean los nacionalistas, porque hay una mayoría constitucionalista, pues que gobiernen, aunque puede que un pacto entre socialistas y populares no sea exactamente lo que los vascos querían. Si en Galicia han ganado quienes rechazan el extraño maridaje de Touriño con los archinacionalistas de Anxo Quintana (y compañía) y quieren que vuelvan los herederos de Manuel Fraga, pues adelante: los herederos (remotos) de don Manuel han vuelto a San Caetano.

Pero ese mensaje tiene también un destinatario más arriba, nacional. Se llama José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del gobierno de España, que no puede seguir con el timón a la vieja usanza: sus exégetas nos dicen que tiene preparado un recambio con los nacionalistas catalanes («do ut des») si no queda más remedio que abandonar a los vascos. A saber qué puede ofrecer ahora a Artur Mas tras haberle prometido lo que no pudo cumplir. Ya vemos en todo caso, a través de sus intérpretes periodísticos, que ZP sigue instalado en el regate a corto, en el remiendo, en la supervivencia, en el intercambio de cromos. Lástima.

No. Dejémonos de cataplasmas y de aspirinas para intentar curar el cáncer. Es, repito, la hora de las grandes iniciativas. Si Zapatero quiere asegurarse la aprobación de unos Presupuestos como Dios manda (y no como los que se aprobaron en diciembre), tendrá que recurrir a un pacto de Estado, del alcance que fuere, con el Partido Popular. Si quiere afrontar la crisis con la confianza de al menos veintidós millones de españoles habrá de pensar en una gran coalición o similar. Ya no caben paños calientes, ni acuerdos puntuales a cambio de mayores porcentajes en la gestión nacionalista de los impuestos o a cambio de ampliaciones en aeropuertos o de hacer la vista gorda cuando tal autonomía desarrolla su propia justicia o su propia política exterior.

Sé que a muchos esta idea les parecerá cuando menos precipitada y arriesgada. No queda, lo veremos, otro remedio más que volar muy, muy alto. No hablo de una perversión de la democracia, sino de su supervivencia. Es hoy preciso un pacto de Estado, de duración limitada, entre Gobierno y oposición no solamente para que los constitucionalistas gobiernen en Euskadi, sino para poner en marcha medidas duras para superar la crisis y, sobre todo, para convencer a los españoles de que la clase política no está corrompida en el peor de los sentidos: en el de la falta de ideas y en la cerrazón en los egoísmos alicortos.

Tengo la sensación de que Mariano Rajoy no pondría demasiadas objeciones a un pacto de muy amplio espectro con quien ahora ostenta el Gobierno central; la pelota, en todo caso, está en el tejado de Zapatero. ¿Lo verá claro esta vez?

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