Fernando Jáuregui – ¿Justifica la instrucción de Garzón tanto escándalo?


MADRID, 6 (OTR/PRESS)

La «trama» que se va desvelando del sumario que Baltasar Garzón ha instruído hasta ahora -y ya no a partir de ahora_ produce, por su extensión, preocupación. Pero también, he de decirlo, alguna extrañeza. En el caso valenciano, donde el PP queda seriamente tocado por lo que vamos conociendo del sumario, la verdad es que, si realmente hubo financiación ilegal del partido, se registró en los tiempos en los que Eduardo Zaplana era el president de la Generalitat, y no su sucesor, Francisco Camps. Contra este último, y contra el actual secretario general del PP valenciano, Ricardo Costa, todo lo que parece contenerse en el sumario es la acusación de haber recibido un pago en especies consistente en trajes por valor de doce mil euros (siete mil quinientos en el caso de Costa); ¿se ha implicado realmente alguien como Camps en la «trama Gurtel» por apenas dos millones de las antiguas pesetas «en especies», cuando incluso la persona que presuntamente lo implicó lo ha negado?

Me cuesta creer que, en este punto concreto, se haya dado una actuación dolosa por parte del presidente valenciano. Y reconozco que no puedo reprimir una cierta sensación de irritación cuando escucho, como escuché hace pocas horas a un anónimo locutor de una radio, que, a la vista del «affaire» de los trajes, «no resulta extraño que (Camps y Costa) acudiesen tan impecablemente trajeados» a una comparecencia ante la Asamblea valenciana. Clara muestra de culpabilidad el ir trajeados (¡y hasta con corbata!), sí señor, cuando lo mismo podrían haber acudido en mangas de camisa o, por qué no, con pantalones cortos, que ya va llegando la primavera.

Proclamo mi respeto por la investigación seria que llevan a cabo algunos colegas en varios medios. Pero no siento tanto respeto por algunos titulares de cierto periódico, que «apoya» a su manera, y magnifica de modo abusivo, la instrucción sumarial, tan polémica, que hasta anteayer llevó a cabo Garzón. Y comentarios del jaez del que acabo de reproducir, escuchado en una cadena de radio muy poderosa e influyente, me parecen ya absolutamente inaceptables.

En el caso de Madrid, la cosa es aún más enrevesada. Ya destituído el consejero López Viejo y «dimitidos» el alcalde de Boadilla y otros dos más, las implicaciones presuntas se centran en gentes de «segundas filas». Sin que los rumores que tanto afectaron al «número dos» de la Comunidad, Ignacio González, sujeto pasivo de tantos dossieres, y al «número tres», Francisco Granados, a quien se acusó también de haber propiciado los «espionajes» incluso a miembros del PP madrileño, se hayan concretado en algo tangible, al menos hasta ahora. Lo mismo vale para el tesorero del PP, Luis Bárcenas, señalado por tantos dedos del rumor y, finalmente, ni siquiera imputado.

¿Justifica lo que hay en la instrucción hasta ahora llevada a cabo por Garzón tanto ruido? Puede que sí. O puede que todo, como dijo la «lideresa» madrileña Esperanza Aguirre, quede en nada. O en poco. O en no tanto. Yo pido la máxima transparencia, hasta las últimas consecuencias, en las indagaciones que afectan a la presunta corrupción, en Madrid -no como lo que estamos viendo en esa fantasmagórica comisión de investigación de la asamblea madrileña, torpedeada por el PP aguirrista_y en Valencia. O donde usted quiera. Porque corruptelas hay en la Comunidad madrileña, y parece que muchas y de variados colores políticos.

Pero lo que no se puede amparar es la persecución sistemática contra nadie. Y conste que jamás he creído, y más bien siempre he negado, que las instrucciones de Garzón formasen parte de complot alguno para hacer perder las elecciones al PP: aseverar tal cosa es demasiado burdo, excesivamente simple, conspiratorio en grado sumo.

No obstante, sí es cierto que las instrucciones de Garzón casi siempre son lo que una investigación judicial jamás debe ser: escandalosas, incompletas. Concluyen disolviéndose como un azucarillo, pero esparcen la basura hacia todos lados y luego la cosa queda en eso: en doce mil euros de trajes -y eso, cuando se demuestre que los trajes no fueron pagados, sino regalados a cambio de algún favor–. ¿Suficiente para provocar una hecatombe política, en el caso de que Camps, herido en su dignidad, indignado, hubiese decidido -porque algunos temen que lo habría pensado_ tirar la toalla? Este culebrón, sin duda, continuará. En medio del pasmo, el escándalo, la extrañeza, la preocupación y el deseo de los ciudadanos de que todo quede muy, muy claro. Porque esos ciudadanos, a los que, entre unos y otros, se está escamando y escandalizando cada vez más, son los que votan y pagan las facturas.

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