Isaías Lafuente – La bolsa de la vida.


MADRID, 10 (OTR/PRESS)

En la toma de posesión de Barack Obama como presidente de EE.UU. hubo un elemento chirriante. Mientras en su discurso defendió la herencia multicolor de su país como una ventaja, no una debilidad, y proclamó lo evidente, que su nación está integrada por cristianos, musulmanes, judíos, hindúes y no creyentes, toda la ceremonia desprendió un aroma religioso que remitía a la fe en el Dios cristiano, exhibida tantas veces por su predecesor no como una respetable opción de vida sino como sustrato ideológico inspirador o limitador de la política. Para quienes tuvieran dudas, entre los que me incluyo, Obama ha tomado una decisión política de profundo calado que las despeja y ha ordenado levantar los vetos impuestos por George Bush a la financiación pública de investigaciones con células madre. Desde ahora, proclamó Obama, las decisiones científicas se tomarán sobre la base de criterios objetivos y no atendiendo a razones políticas, ideológicas o religiosas. Con la medida, el presidente Obama ha demostrado su independencia frente a los sectores más conservadores de su país y a sus potentes grupos de presión, aquellos que se rasgan las vestiduras por utilizar en la investigación células provenientes de embriones de una semana desechados de procesos de fecundación asistida y consideran un dato menor la sangría de vidas humanas que se cobran guerras inútiles que ellos mismos han defendido. La investigación con células madre abre un apasionante camino que puede llevar a la curación o a un tratamiento más eficaz de enfermedades cada vez más frecuentes como el alzhéimer, el párkinson y la diabetes. Algunos ensayos en animales están proporcionando resultados muy esperanzadores en el tratamiento de lesiones medulares, hoy irreversibles. Y aunque esté lejos, muchos científicos consideran que su capacidad innata para diferenciarse en cualquier tipo de células, por eso se llaman madre, puede ser una fuente para poder fabricar en un futuro todo tipo de órganos y tejidos para trasplantes. Todas las posibilidades que este tipo de investigaciones abren nos hablan de vida y no de muerte, como se empeñan en transmitir sus detractores. Y de los gobernantes no se espera que bloqueen estas vías de progreso y esperanza, sino que las regulen y las controlen para evitar desmanes, como ya lo han hecho muchos países, entre ellos, España. No sé si la ciencia avanzará lo suficientemente rápido para que en un futuro pueda aprovecharme de esta fuente de vida que se vislumbra. Espero que al menos la generación de mi hijo pueda disfrutarla. Y estoy convencido de que en la lista de espera coincidiremos entonces quienes hoy la defendemos y aquellos que se oponen ferozmente a ella.

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