Rafael Torres – «Al margen» – El sol sale para todos.


MADRID, 16 (OTR/PRESS)

Los efectos de la crisis económica se multiplican en todos los aspectos de la vida ordinaria, pero hay muchos de ellos que pasan inadvertidos por la sencilla razón de que quienes podrían señalarlos ni los conocen ni los padecen. Porque no olvidemos que la crisis-crisis, la crisis de verdad, se ceba únicamente con una parte, bien que amplísima, de la sociedad española, en tanto que la otra,la que conserva sus bienes, su patrimonio, su empleo, su casa y sus cosas, no la sufre en absoluto, por mucho que, para quedar bien, disimule.

Así, por ejemplo, el periodista que conserva su trabajo no conoce de primera mano, en primera persona, que es como se conocen éstas cosas, esos efectos, en tanto que el periodista que ha perdido su empleo, y son muchos, sí los conoce porque los sufre pero,lamentablemente, no puede contarlos, pues ya no tiene dónde.

Así de perra es la vida, y más cuando se agudizan de forma tan brutal las diferencias de fortuna entre los miembros de una misma familia, en éste caso la no muy avenida ni muy solidaria familia española. Sin embargo, algunos de los efectos de la crisis, que desde la lejanía del análisis macroeconómico pudieran parecer irrelevantes,nos devuelven bienes y goces que, por gratuitos en el sentido de costar nada o muy poco, habíamos olvidado al instalarnos en la quimérica posición de nuevos ricos avaros y horteras.

Por ejemplo: el campo. O más exactamente: el pic-nic campestre. La ciudadanía, bien que sólo la barrida por el huracán de la crisis, vuelve a salir los domingos al campo con la comida traída de casa, aquellos exquisitos filetes empanados y aquellas ensaladas que nunca debimos cambiar por el condumio sin alma de los restaurantes atestados. Y, desde luego, no sólo regresan al campo los que han tenido que devolverle el chalet al banco, o malvenderlo, sino también los que nunca tuvieron chalet ninguno pero no caían en que no hacía falta tenerlo, sino antes al contrario, para disfrutar de la naturaleza. Que está hecha polvo, por cierto, pero esa es, o no, otra cuestión.

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