Andrés Aberasturi – Confieso que no lo sé.


MADRID, 17 (OTR/PRESS)

Cuando el comité de expertos al que el Gobierno consultó sobre el aborto emitió su informe, dije que era papel mojado porque otros tantos juristas y científicos podrían afirmar con el mismo peso intelectual exactamente lo contrario. No han sido ocho sino trescientos a los que ya se han sumados varios centenares más. ¿Resulta este comunicado el definitivo? Pues vuelvo a decir lo mismo: es posible que en unos días otra declaración de otros trescientos contradiga lo expresado por este colectivo que a su vez contradice a lo dicho por el comité de expertos. Y es que hoy por hoy, la ciencia carece de una verdad universal probada para determinar cuando nasciturus, empieza a ser persona: para unos desde el momento mismo de la fecundación, para otros cuando es «viable», es decir cuando podría vivir con independencia de la madre.

El problema por tanto, no es estrictamente científico sino moral, filosófico y ese es un terrenos resbaladizo en este caso concreto. Confieso con toda humildad, que no podría poner firma bajo ningún manifiesto porque no lo sé, no tengo la certeza de nada y esa certeza, cuando se está hablando de una vida, me parece absolutamente indispensable. Pero resulta desolador que se adopten posturas extremas tanto por una parte como por la otra. La campaña de la Conferencia Episcopal no me parece de recibo por razones obvias: no se debate sobre si se ayuda o no -si se mata o no- a un niño rubito y que gatea. Pero te vas a la otra parte y escuchas decir a la ministra que se trata de «un conflicto de intereses entre la madre y el hijo, el bienestar de la madre frente a la vida del hijo» y claro, si quien va a decidir dice estas cosas, es como para echarse a temblar.

Pero sería un error gravísimo reducir el problema a una cuestión de fe, de creencias religiosas, a un conflicto iglesia-estado. Muchos que estamos en desacuerdo radical con infinidad de cosas de la Iglesia, nos sentimos incómodos en un problema que no tiene hoy por hoy una solución objetiva y que entra de lleno en el campo de la moral individual y social.

Pero hay problemas colaterales al debate central que si resultan discutibles: la edad, por ejemplo, para tomar la decisión de forma individual, el famoso cuarto supuesto que es totalmente hipócrita tal y como está en la actualidad y, sobre todo, el hecho al parecer poco discutido de que se admita la «interrupción voluntaria del embarazo» (un eufemismo más) en el caso de malformaciones en el feto; porque admitir esto es tanto como negar la condición de «persona» a alguien que padezca una grave discapacidad. Así de sencillo. Así de brutal.

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