Francisco Muro de Iscar – 65 horas, adiós.


MADRID, 28 (OTR/PRESS)

La norma laboral europea que iba a permitir situar la jornada laboral máxima en determinados casos en 65 horas, frente a las 48 actuales, ha sido derrotada después de cinco años de debates y si alguien la quiere resucitar tendrá que volver a empezar un camino tan largo como el que ha recorrido hasta su fracaso. En tiempos de malas noticias económicas y sanitarias, ésta, al menos, es buena. España, que estuvo en contra de la medida porque suponía «un retroceso social», se abstuvo increíblemente cuando aprobaron la medida los ministros de Trabajo de la Unión y guardó silencio durante demasiado tiempo, lo mismo que los sindicatos europeos y españoles, tan preocupados por tantas otras cosas.

El ministro Corbacho llegó a decir que era «una regresión en la agenda social europea» y que Europa tenía que ser «no sólo un espacio económico y de flexibilidad, sino el espacio de los valores, de los derechos». Como debe ser. La Ley no era para todos pero, por eso mismo, los casos concretos se pueden y se deben arreglar mediante pactos concretos y no dictar una norma general para un caso especifico. Este acuerdo era un despropósito, un ataque al sentido común y un riesgo para los más débiles, especialmente en momentos de crisis. No se debe dejar a nadie, pero menos a un gobernante, la capacidad de aprovecharse de leyes excepcionales para casos normales.

Al final ha imperado el desacuerdo entre el Parlamento y el Consejo europeos -la primera vez desde 1999 que ambas instituciones no llegan a un acuerdo en conciliación- y han salido ganando muchos ciudadanos, especialmente algunos que casi siempre negociarían en desventaja. La Eurocámara quería que la medida fuera temporal y excepcional y el Consejo europeo la quería para siempre. Peor aún era lo de los médicos. La Eurocámara exigía que las guardias se consideraran tiempo de trabajo, como ha dictaminado en reiteradas ocasiones el Tribunal de Justicia de la UE, y los Gobiernos no están por la labor.

Aquí tienen una muestra de para qué sirven las próximas elecciones europeas de junio. Para que los parlamentarios que elegimos tengan la fuerza para rechazar normas injustas. Hay que hablar de flexibilidad, pero también de conciliación. Hay trabajos que exigen horarios continuados y especialmente largos, pero deben ser fruto de una negociación razonable, no de una imposición. Hay que trabajar más, no sólo más horas, pero hay que hacerlo en condiciones dignas. Tan fuera del mundo está quien propone jornadas de cuatro días, como ha hecho algún sindicato español, como quien promueve reformas laborales abusivas. Por cierto que los técnicos de Hacienda han denunciado, por tercera vez, errores en centenares de miles de borradores de la Renta que nos han enviado a nuestros domicilios. A lo mejor estoy equivocado, pero no creo que el tema se haya tratado en nuestro Parlamento* Y para eso deben servir también las elecciones.

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