MADRID, 2 (OTR/PRESS)
Si las previsiones se cumplen, en el plazo de cuarenta y ocho horas el socialista Patxi López entrará en la historia. No es para menos. En treinta años de democracia, el Gobierno de Euskadi estará en manos no nacionalistas, encabezado por el lehendakari López. Es todo un hito. Un punto y aparte en la política vasca, que sólo puede ser calibrado en sus justos términos por aquellos que conoce y viven _conocemos y vivimos_ la realidad vasca, cuya complejidad va más allá de la terrible existencia de ETA.
Desde el pasado primero de Marzo, se ha cumplido a rajatabla la liturgia postelectoral, aunque desde ese mismo día se sabía que no había más fórmula que la que hay: gobierno socialista con apoyo del PP. PSE y PP han vivido siempre enfrentados y distantes, pero en política nada hay imposible. Las circunstancias conllevan amistades y enemistades. La inteligencia está en saberlas llevar y administrar.
El PSE no podía dejar pasar esta oportunidad y el PP no podía no hacer viable lo que siempre ha deseado. Las circunstancias se han conjurado a favor del cambio y el cambio ya está ahí. El camino no ha sido fácil para el lehendakari López. Aspiraba al Gobierno de «los mejores» y «transversal». Al final, ha formado el Gobierno «posible»; es decir, con gentes de su partido, acostumbradas -en la medida que uno se puede acostumbrar_ a convivir con la amenaza y con clara vocación política. No ha podido hacer otra cosa el lehendakari López porque se ha encontrado con el muro del miedo que provoca la amenaza directa de la debilitada pero existente ETA, que en cuanto pueda se hará presente y, desde luego, con el miedo escénico que todavía produce en el País Vasco formar parte de un Ejecutivo que nace con todo el nacionalismo enfrente.
Los socialistas han tanteado a muchos y solventes profesionales para entrar en el Gobierno, en unos momentos en los que la crisis económica arrecia y con el deseo de demostrar al conjunto de la sociedad que en esta legislatura que se va a iniciar nadie debe sentirse excluido. López no lo ha conseguido pero no porque el sueldo sea bajo o el despacho de trabajo sea en Vitoria. No lo ha conseguido porque en el País Vasco es una sociedad acomodada, pero carente de esa libertad profunda en la que cada cual puede hacer y decir lo que quiera sin quedar marcado para siempre. El silencio y el anonimato son bienes preciados.
Además, el PNV ha querido exprimir hasta el último segundo su condición de primera fuerza. Primera pero con apoyos insuficientes en el Parlamento, que es donde se decide quién será el lehendakari. Hasta el último momento han comprometido partidas presupuestarias y hasta el último momento han intentado deslegitimar el nuevo Ejecutivo y hacer ver al lehendakari López que no cuente con ellos. El hoy todavía lehendakari Ibarretxe se va a presentar a la investidura que sabe perdida. No quiere el PNV que todo el foco sea para el lehendakari López y, además, quiere que se visualice la inexistencia de transversabilidad. El PNV ha perdido una buena ocasión de hacer pedagogía política, demostrando que igual que ha sabido ganar, llegado el momento, sabe perder.
En el PSE hay «serenidad y vértigo». Las dos cosas. La legislatura que se inicia no va a ser fácil y a no tardar veremos -ya lo estamos viendo- como la cabeza del lehendakari López se tiñe de canas. Esta es su aventura definitiva. Si le sale bien, su trayectoria será larga; si le falla volverá el PNV, pero para quedarse.
El lehendakari López, más que nadie, se merece cien días. Sus adversarios le van a tomar la medida nada más tomar posesión y de las decisiones y respuestas que dé en los próximos meses va a depender, en gran medida, el conjunto de la legislatura. El martes, día 5, comienza una nueva etapa en la política vasca. Que nadie compare lo que allí ha ocurrido y pueda ocurrir con Cataluña. Euskadi es otra cosa y el lehendakari López lo sabe mejor que nadie.
CHARO ZARZALEJOS
