Fernando Jáuregui – A Patxi López, notable alto; Ibarretxe, suspenso.


MADRID, 5 (OTR/PRESS)

Dos tonos muy diferentes, dos maneras de ver a la sociedad vasca, dos propuestas casi antagónicas y que, sin embargo, podrían haber llegado a ser (o podrían llegar a ser) complementarias. Eso fue el primer encontronazo entre los discursos de Patxi López, el lehendakari entrante, y Juan José Ibarretxe, el saliente. López, en su hora y media de intervención para presentar su candidatura a la jefatura del Gobierno vasco, estuvo, a mi entender, en plan estadista, conciliador. No se hizo perdonar el paso inédito dado al pactar con los «populares» para llegar al Gobierno, pese a no haber obtenido mayoría. Pero también evitó mostrarse desafiante o caer en la arrogancia; incluso tendió la mano al representante del Partido Nacionalista Vasco, un Ibarretxe que había entrado esa mañana en el Parlamento con cara de no demasiados amigos.

Entiendo que López estuvo más bien dialogante y desgranó un programa de Gobierno muy completo, en el que no eludió ningún tema. Nada verdaderamente novedoso con relación a lo que ya sabíamos o intuíamos, pero lo cierto es que era un programa bien estructurado, por capítulos, en el que bordeaba cuidadosamente la tentación de hablar del «Estado nuevo». Claramente, el socialista apuesta por la moderación y la cautela; no quiere dar pie a que sus adversarios políticos pongan el grito en el cielo, clamando por la destrucción de las señas de identidad vascas.

Pero lo cierto es que algo muy semejante a esto hizo Ibarretxe en su discurso de réplica al de López. La forma suave del verbo del lehendakari saliente no escondió algunas amenazas finales: «nos tendrá enfrente quien pretenda subordinar a los intereses de España los intereses de Euskadi», dijo. Eso sí, tras repetir cinco veces que el vencedor de las elecciones del pasado 1 de marzo era él y que «la mayoría sociológica de Euskadi sigue siendo abertzale», anunció que va a «reconocer el resultado de esta sesión de investidura con la educación y el respeto que usted no me dio a mí, señor López». Era el Ibarretxe que esperábamos, algo más contenido en las apariencias, que renunció a replicarle a López con otro programa de Gobierno y, en cambio, desgranó un discurso reivindicativo, apelando a la historia (en versión PNV, desde luego) y a los logros bajo el mandato nacionalista.

Algunos salieron con la impresión de que Ibarretxe, que no detalló cómo actuará como líder de la oposición, no durará mucho tiempo en el puesto en el que le han colocado las elecciones: habló mucho más del pasado que de futuro. Algunos parlamentarios del PNV abonan, en privado, la tesis de que el hasta ahora lehendakari acabará retirándose de la política hacia un cargo honroso. Pero, desde luego, este martes no era el día para tirar la toalla. Ni para gestos grandilocuentes y definitivos que luego tal vez le hubieran pesado.

Inicia, así, López su andadura. Una andadura que no tiene por qué no durar los cuatro años preceptivos, contra lo que dicen los agoreros y los peneuvistas. Pero que estará salpicada de dificultades, trampas para elefantes y aguijones de mosquitos venenosos. De momento, hay que reconocer que en la sesión de investidura, que no era fácil, supo renunciar a cualquier estridencia, a las trompetas triunfales y también a las humildades excesivas.

López estuvo bien: a fuer de calificador exigente, yo le daría un notable alto, quizá porque, para obtener un sobresaliente, debería habernos sorprendido anunciando alguna medida realmente novedosa. A Ibarretxe, no podía ser de otro modo tratándose de él, un suspenso: sigue con su inflexible tozudez diciendo -y creyéndose, que es lo peor_ que va a ser él quien lidere, en adelante, la sociedad vasca. Tengo casi la certeza de que se equivoca de medio a medio.

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