Carlos Carnicero – El síndrome (inevitable) de la negociación.


MADRID, 7 (OTR/PRESS)

Patxi López ha sido críptico al afirmar que «arriesgará» para conseguir el final de la violencia. Existe un sentido fatídico mediante el cual el arribo al poder conlleva la tentación de atajar el final del terrorismo, pensando en conseguir lo que otros no pudieron.

Pero en un país en el que no se reflexiona demasiado ni demasiado lejos, convendría que pensáramos lo que significa realmente la hipótesis de un nuevo proceso de negociación con ETA.

La organización terrorista no sólo está en declive. Sus presos están divididos y la mayor parte de ellos desmoralizados, pensando en una salida individual que les alivie los años de cárcel que cada vez son más y más demoledores. La organización está asediada en Francia, trufada por los servicios de inteligencia españoles y franceses en el mejor clima de colaboración entre los dos países. Se trata de perseverar, porque además el entramado político que apoya a ETA está también desmoralizado. Plantear una negociación con ETA sería pagar por algo que está garantizado que se va a conseguir gratis.

Pero hay otras cuestiones de principio que muchas veces se han dejado de lado. En primer lugar, aceptar una negociación que conlleve una mesa política con ETA o cualquiera de sus fiducias es reconocer algo imposible: que existiría un contencioso político anterior a la Constitución que la democracia no ha sido capaz de solucionar desde las instituciones y en el marco de la ley y que, en consecuencia y de acuerdo con las pretensiones de ETA, el estado tendría que sentarse con esa representación oficiosa del pueblo vasco que pretende ser la organización terrorista para llegar a un acuerdo en un marco político nuevo que luego procedería a lavarse con un paseo institucional.

No sólo hay que acabar con ETA sino con la pretensión de que la historia pudiera reconocer que los crímenes y el recorrido de esta organización abominable ha tenido algún sentido. Es cierto que la memoria de las víctimas merece que ETA pase a la historia sin un atisbo de grandeza. Sus militantes no son gudaris (luchadores del pueblo vasco) sino una simple pléyade de asesinos que han tenido durante treinta años amenazados a todos los vascos que no eran nacionalistas. Los vascos no se merecen que los etarras puedan volver a sus casas como personas honradas.

Lo único que pueden esperar ahora estos terroristas que ya están vencidos aunque todavía puedan y quieran matar, es que si son rápidos e incondicionales en su proceso de rendición la sociedad española pueda tener algún pequeño gesto de generosidad.

Si Patxi López con su disposición a correr riesgos por el final del terrorismo se ha querido referir de nuevo al diálogo con ETA estará cayendo en una vieja trampa que ahora ya es imperdonable, aunque sólo sea por la experiencia acumulada.

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