MADRID, 10 (OTR/PRESS)
Dentro del Partido Popular conviven dos entes que no se soportan entre sí. Los vencedores del Congreso de Valencia, encabezados por Mariano Rajoy que no termina de ejercer su liderazgo, y un conglomerado de taifas y residuos del aznarismo que juegan a la contra, cuestionando tácitamente la autoridad de Mariano Rajoy cuya representación más significativa, pero no única, es Esperanza Aguirre.
Mariano Rajoy carece de autoridad sobre los escándalos de Madrid y de Valencia y ha optado por su táctica favorita: dejar que el tiempo haga el trabajo que le corresponde a él. Mientras la Justicia avanza hacia formulaciones inevitables, Rajoy convive con sus propias debilidades: su entorno pasa de José María Aznar y, sin embargo, el candidato de su partido a las elecciones europeas promete pasear a José María Aznar por España como el santo advenimiento, en un papel que promete que será estelar. Mayor Oreja hará su propia campaña y es previsible que no escatime desaires a su líder Mariano Rajoy.
Habida cuenta de que Jaime Mayor Oreja descalificó a Mariano Rajoy asegurando que no reunía los requisitos para ser líder del partido y ha conseguido mantener su posición de cabeza de lista para las europeas, ahora le está permitida cualquier cosa al margen de la disciplina de Rajoy. Provocó el cisma en el País Vasco que sacrificó a María San Gil -que era una especie de Agustina de Aragón de los populares en Euskadi- y sin embargo él no sólo salvo los muebles sino que se quedó con la peana.
No sabemos que Partido Popular ganará o perderá las elecciones europeas, pero al margen de esa circunstancia, el dilema para el futuro sigue siendo la falta de definición de un partido que no termina de encontrar la forma de catapultarse en las encuestas ni siquiera cuando el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero atraviesa los momentos más angustiosos. Habrá que seguir esperando.
