Carlos Carnicero – Algunos le llamaban patriotismo.


MADRID, 12 (OTR/PRESS)

En realidad de todas las acepciones que se pueden intentar sobre el concepto de patriotismo, la más elemental es la de anteponer el bien general al particular en situaciones de excepcionalidad. Y en eso estamos, con cuatro millones de compatriotas en las filas del paro, muchos de ellos con la indefensión que en el terreno laboral, que es vital, promueve la edad como el filo de una navaja que conduce a la senda de la exclusión porque muchos de ellos no volverán a trabajar jamás.

Mientras, en el Congreso de los Diputados, las planas mayores de los partidos de la oposición tratan de desarbolar los criterios del Gobierno y este aporta parches y soluciones con la mejor voluntad de que el capeo de la crisis golpee lo menos posible a los más débiles. Hay dos modelos contrapuestos. El PP, todavía bajo la influencia de un José María Aznar que no se ha percatado de los cambios que ha promovido la historia, sigue empecinado en doctrinas neocon que ya no sólo están en desuso sino desahuciadas. El PP no encuentra su centro porque enseguida descompensan la balanza Esperanza Aguirre, Mayor Oreja y los escándalos económicos. Quien quisiera una alternativa a José Luis Rodríguez Zapatero desde posiciones democráticas de centro, no puede comulgar con las ruedas de molino que está empeñada en atar José María Aznar en la cabeza de Mariano Rajoy.

En esas discurre el debate de todos contra el Gobierno porque la soledad es patente pero la alternativa imposible. Síntomas de mejora de la economía que se anuncian por primera vez sin que podamos entender que en 24 horas cambien las expectativas.

Mientras tanto no hay intelectuales de guardia ni partidos políticos con sentido estratégico que hayan entendido la obligación que les convoca a modificar el marco económico de la globalización donde la injusticia se hace insoportable desde diferencias abismales. El último dato, con la que está cayendo la media retributiva de los ejecutivos de la empresas del IBEX roza el millón de euros anuales. Naturalmente, el resto de los mortales tienen que apretarse el cinturón para que las recetas que han discurrido estos magos de las finanzas arruinadas se apliquen: despidos más baratos, bajadas de impuestos y, por supuesto, menos gastos sociales.

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