Isaías Lafuente – El chico de ayer.


MADRID, 12 (OTR/PRESS)

Ha muerto Antonio Vega. Lo vi por última vez actuar en Madrid hace apenas dos años, cuando cerró la última gira con su primo bajo la marca renacida que los hizo triunfar en los 80. Entre el público, una masa de cuarentones acompañados de chicos y chicas que nacieron cuando Nacha Pop ya era historia pero que se sabían sus canciones de memoria. Antonio era ya la sombra de lo que fue, pero de ese cuerpo enjuto y de su voz tocada, que daban la sensación de ir a quebrar en cualquier momento, salieron canciones que daban fe de su talento intacto.

Mientras digería la noticia contemplaba el debate sobre el estado de la nación e imaginaba a muchos diputados y diputadas hace treinta años, cuando ni siquiera soñaban con ocupar algún día un escaño y sí con las canciones de Antonio Vega, en alguno de los míticos garitos del Madrid de la movida. Y he pensado que quienes escribimos sobre política muchas veces nos olvidamos de aquellos impulsos de transformación que contribuyeron a cambiar nuestra sociedad tanto como las leyes, y de los personajes que como Antonio Vega los protagonizaron. Aquellos que nos anunciaron una España moderna y creativa cuando apenas comenzábamos a quitarnos la caspa del franquismo.

Antonio nos dejó en sus canciones lo mejor que le había dado la vida, su capacidad creadora, mientras cargaba en su mochila con algunos de los desechos que fueron minando su cuerpo hasta que el equilibrio se hizo prematuramente insoportable. Mientras él busca el sitio de su recreo definitivo, los demás nos asomaremos a la ventana y seguiremos viendo en sus canciones al chico de ayer.

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