Isaías Lafuente – Noemí.


MADRID, 19 (OTR/PRESS)

Si la final de la Copa del Rey la hubiesen disputado el Espanyol y el Atlhetic de Bilbao y Leo Messi, por poner un ejemplo, hubiera acudido al palco de Mestalla con una bufanda periquita, el mundo del deporte se habría deshecho en elogios. No me cuesta imaginar algunos de ellos respecto a la compatibilidad entre rivalidad y deportividad, a la doble alma que puede albergar cualquier jugador profesional o a esa grandeza del deporte que en ocasiones permite unir a los rivales siempre y cuando no se enfrenten en el terreno de juego. Es muy posible que hasta el presidente del Espanyol le hubiera hecho socio honorífico del club o concedido la medalla de oro de la entidad.

Algunas de estas ingenuas convicciones debieron de mover a la jugadora del equipo femenino del Espanyol, Noemí Rubio, cuando asistió a la final de Copa con la cara pintada con los colores azulgranas y un cinturón con las siglas del Fútbol Club Barcelona. No creyó que hiciera nada horrible porque se fotografió de tal guisa y colgó las imágenes en facebook. Pero Noemí no es Leo y la directiva de su club le ha abierto un expediente disciplinario y la ha mandado a casa quizás para siempre, ya que su contrato finaliza con la temporada. No queremos ni imaginar la sanción impuesta si Noemí se hubiera puesto la camiseta vasca.

Es verdad que este doble rasero que planteo es tan sólo una hipótesis. Pero existe algún precedente. El presidente del Getafe, Angel Torres, es socio del Real Madrid y ningún seguidor de su club, ninguno de sus colegas en la presidencia de otros clubes, ni la Federación Española de Fútbol han decidido llevar el asunto al Tribunal Constitucional. De momento. Porque el fútbol, con toda su grandeza, a veces nos muestra actitudes muy estrechas.

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