Francisco Muro de Iscar – Escándalos del fútbol.


MADRID, 4 (OTR/PRESS)

Si el fútbol fuera una ciencia o un arte habría filósofos e investigadores que no pararían de trabajar y no tantos constructores y empresarios dispuestos a bajar al ruedo para presidir un club. De los primeros sólo tenemos a Valdano y aunque algunos entrenadores, como Rafa Benítez, Guardiola o Juanma Lillo, son metódicos y estudiosos, la inmensa mayoría son trabajadores a la intemperie de los resultados, sin que el currículo o el prestigio tengan peso real. Cualquier hincha piensa que puede ser presidente de un club de fútbol y cada uno de los aficionados llevamos un entrenador en potencia en nuestro interior. Es cierto que una buena gestión casi siempre lleva al éxito deportivo y una mala acaba con los equipos en segunda división. O en segunda B que aún es peor. Que se lo digan a Lopera y al Betis. Pero nones suficiente.

A Luis Aragonés, el sabio que triunfó con la española, le acaban de despedir en Turquía después de un año de sinsabores. A Juande Ramos le han dicho adiós por la puerta de atrás. A Etoo ya le quisieron echar el verano pasado, antes de comenzara la Liga y ha sido el máximo goleador del equipo, pero Guardiola quiere prescindir otra vez de él, aunque se vaya a la competencia. Los jugadores que compró el Madrid hace unos meses por un taco de millones pueden salir del club a cambio de cuatro cromos. O quedarse dentro sin jugar y cobrando sueldos millonarios. Los clubes no tienen memoria ni corazón, pero el dinero que manejan tampoco es suyo. Han convertido el fútbol en un espectáculo y en un negocio de muchos millones y de muchas más deudas. Hay clubes que no tienen dinero para pagar a sus jugadores, que deben lo que no está en los escritos y que siguen endeudándose «para salvar los colores». En lugar de ponerse colorados y dejar el cargo, algunos se aferran a él como si les fuera en ello la vida.

Pero los clubes siguen siendo un juguete de segunda mano. Inclusos los grandes. Y la competición está «amañada». No porque los árbitros favorezcan casi siempre al grande en lugar de defender al débil, que también. Lo grave es la diferencia económica entre quienes pueden tener un presupuesto de cientos de millones y los que sólo pueden aspirar a unas pobres decenas. Entre quienes hacen y fabrican con mimo jugadores que luego se llevan los grandes por un puñado de euros. No es de recibo pagar 65 millones de euros por un jugador ni ofrecerle nueve millones de euros al mes, limpios de polvo y paja, por muy grande que sea. Es un escándalo social que aplauden millones de fervientes hinchas.

Los equipos deberían tener topes salariales y una gestión profesional vigilada, como en la NBA, y debería haber unas reglas de juego mucho más estrictas. Bien está que se pague bien a quien produce dinero. Pero no es un buen ejemplo y menos en tiempos de crisis. Aunque paguen las televisiones y los patrocinadores. El fútbol necesita también una reconversión.

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