Fernando Jáuregui – ¡Por fin acabó la campaña!


MADRID, 5 (OTR/PRESS)

Acabó la campaña electoral. Por fin. Ha sido, pienso, una de las más insípidas y desmotivadas que recuerdo, aunque puede que haya olvidado, por aquello de la memoria selectiva, los perfiles más negativos de otras campañas anteriores. De esta hemos salido con un cierto mal sabor de boca y, por favor, no me hagan comparaciones con Italia o Gran Bretaña, que ya sé que han ido aún peor: demasiados casos de corrupción, mucha sal gorda en los argumentos, vídeos deprimentes, mítines gritones con pocas novedades y menos ideas, excesivas acusaciones por cuestiones nimias y, peor aún, no tan nimias -la utilización de un avión de la Fuerza Aérea para ir a un acto electoral no me parece un tema baladí-… y ausencia de Europa ante unas elecciones en las que precisamente Europa debería haber tenido el mayor protagonismo.

La verdad es que el concepto Europa, en España, no se recoge siquiera en la Constitución de 1978, y nadie parece haberlo recordado en esta campaña que más se ha asemejado a unas elecciones presidenciales que a una para elegir a los eurodiputados españoles que trabajarán -a su calmado modo, claro- en los próximos años en el Parlamento de Estrasburgo. El duelo se ha centrado entre Zapatero y Rajoy -aunque me parece, contra lo que dicen muchos, que ninguno de ellos se juega gran cosa con los resultados de este domingo-, y los cabezas de lista principales, es decir, Juan Fernando López Aguilar y Jaime Mayor Oreja, han quedado diluidos en un segundo plano.

Son dos personas estimables, en mi opinión, que comparten una buena dosis de sentido común y una importante carencia de carisma. Tengo para mí que los dos deberán votar conjuntamente muchas cosas en la eurocámara: todo aquello que interese a España, porque, en el fondo, y aunque teóricamente no debería ser así, en Estrasburgo siguen imperando muchos intereses nacionales.

Lo cierto es que la campaña ha demostrado que la pelea está situada más allá de este domingo. Entramos ahora en una etapa en la que se juega con las cosas de comer: el poder territorial, con las elecciones autonómicas y locales de 2011 y el poder total, con las generales del año siguiente, si es que Zapatero no decide un adelantamiento.

Lo del domingo no parece ser sino una escaramuza dentro de la batalla política nacional. Al menos, es lo que da la impresión de pensar y sentir ese concepto magmático al que llamamos clase política. Pero, personalmente, y no creo ser el único, he echado de menos mucho debate en esta campaña: por ejemplo, nuestro grado de convergencia real con los motores de Europa -que, en materia económica, empieza a ser escaso, pero que, en cuanto a calidad de la democracia, es mínimo-. Y nadie parece hacerse aquí la pregunta de si realmente nos interesa la deriva hacia la que Europa se orienta, esta Europa apresuradamente (y mal) ampliada, sin personalidad exterior ni peso propio en el concierto mundial y donde cada socio hace la guerra por su cuenta.

Pero eso, claro está, no interesa en estos pagos: eso no es nada en comparación con lo del Falcon, o los trajes de Milano, o esas mil anécdotas en las que se nos ha ido una campaña lamentablemente desmovilizadora. Porque ¿a quién le quedan ganas de ir a votar cuando no tiene claro ni qué o para qué vota? Y, sin embargo, ya ve usted: en Europa nos lo jugamos todo. Ha sido el artífice de nuestro progreso y, si no sabemos influir a la hora de tomar el rumbo preciso, puede ser un factor de nuestra decadencia. Por eso, yo sí acudiré a votar este domingo, aunque le confieso a usted -si fuese al revés, tampoco se lo diría, claro- que me hallaré entre los indecisos que solamente enfrentados a la urna seleccionan una papeleta. Así de poco me han convencido los unos o los otros hasta el momento.

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