Fernando Jáuregui – Siete días trepidantes – ¿De verdad interesa Europa aquí, en casa?


MADRID, 6 (OTR/PRESS)

EL EURODESPISTE

Curioso que en la recta final de la campaña electoral los medios hayan encontrado hueco para, entre la leña que se sacudían los candidatos y sus jefes, incluir algunos titulares referentes a Europa. Claro que los escándalos que se han producido en algunos países del Viejo Continente han sido tan mayúsculos que no quedaba otro remedio: ahí es nada el «affaire» –el último, por ahora, de la serie– de las fotos de Berlusconi, la tormenta de dimisiones en Gran Bretaña tras el escándalo de los gastos particulares con dinero público o la victoria de la peor ultraderecha en una nación tan democráticamente avanzada como Holanda. Ya todo ello se vio precedido con la dimisión del primer ministro checo –cuyo perfil, digámoslo así, luego se ha hecho tan famoso, muy a su pesar– cuando su país ostentaba nada menos que la presidencia de la Unión Europea.

Así que, con toda esta cohetería, el Falcon de Zapatero o los trajes de Milano de Camps, que han sido material abundantemente empleado en la campaña, quedaban como los parientes pobres a la hora del morbo periodístico. Y, claro, todo ello contribuyó a colocar en tercera línea de playa el debate que teóricamente interesaba, hacia dónde va esta Europa cuyo Parlamento votamos estos días los habitantes miembros de la UE. Los eurobarómetros son, en general, desalentadores: los europeos no saben nada del Tratado de Lisboa, ni de cómo se «elige» a sus dirigentes, ni de qué forma se toman decisiones tan importantes como la ampliación hacia nuevos países, o algunos pasos en política exterior, o ciertas medidas relacionadas con la crisis económica global.

Lo cierto es que Europa es un gigante económico con los pies políticos de barro, como tantas veces se ha dicho. El riesgo ahora es que el gigante pierda algunos centímetros –o metros– de estatura en materia económica: cada cual tira por su lado y las naciones que constituyen el motor de la Unión no quieren saber nada de los pequeños recién incorporados, mal organizados y peor conocidos. ¿Cómo extrañarse de que esos eurobarómetros prevean una abstención media superior al sesenta por ciento? Los europeos confiesan no saber bien lo que votan, ni para qué. Pese a Berlusconi, a Brown, a Sarkozy, no hay, me parece, euroescepticismo; hay eurodespiste.

¡MENUDA CAMPAÑA!

España no es, desde luego, una excepción a esa regla. No estamos, dicen los medidores de la UE, entre los peores, pero tampoco entre los mejores. Me parece que andamos a la cabeza del paro y, en cambio, en puesto no muy destacado en la convergencia sobre la coherencia democrática. En todo caso, la campaña electoral no ha sido precisamente un ejemplo de lo que podría llamarse el deseo común de caminar hacia la construcción de un espacio europeo mejor, más tolerante, en el que los ciudadanos participen más en las decisiones políticas: como sucede casi siempre en estas campañas aún dominadas por los mítines de siempre y el palabrerío de siempre, las descalificaciones más groseras han sustituido a la reflexión profunda.

Ni el Partido Popular es la formación ultraderechista que han querido presentar los socialistas, ni estos son los antipatriotas atolondrados que los populares han querido presentar a sus electores.

Pero ya se sabe que la verdad es la primera víctima de las guerras y de las campañas electorales.

Y, EN ESTO, LLEGO OBAMA

Decía que, cosa extraña dado lo autárquico de nuestros medios, los titulares procedentes del exterior casi han dominado esta semana a los de casa. Y, de nuevo, Barack Obama ha estado encaramado en esos titulares. Hizo un magnífico discurso en El Cairo, ciertamente muy alineado con ese concepto algo magmático que es la Alianza de Civilizaciones, aunque olvidase –¿lo olvidó?– citar la inspiración de Zapatero.

En los cenáculos españoles, por supuesto, el discurso integrador y valiente del presidente norteamericano en la capital egipcia quedó oscurecido por el enorme error histórico de mezclar el «tolerante» Califato de Córdoba con la inquisición eclesiástico-secular. Supongo que no deberíamos permitir que lo anecdótico primase sobre lo verdaderamente importante, que es la nueva era que se está abriendo en las relaciones internacionales. Pero, como la campaña ha demostrado hasta la saciedad, ¿no es lo anecdótico el verdadero objetivo, el continente y el contenido, de la frívola política que se hace en España, en Europa?

Me pregunto si, tras la jornada euroelectoral de este domingo, el viejo, viejísimo, continente, se incorporará de una vez a esa nueva era en la que otros ya se están instalando. Y conste que lo que digo nada tiene que ver con las visiones planetarias, triunfalistas y algo simplonas de alguna por lo demás valiosa dirigente del PSOE. Y hablo, para que nadie me acuse de oscurantista, de esa tremenda equiparación entre Obama y Zapatero lanzada por Leire Pajín para anunciar el advenimiento de una nueva etapa para el orbe cuando ZP, digo España, se haga con la presidencia (semestral) de Europa. Por trompeterío, eso sí, que no quede.

FERNANDO JAUREGUI

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