Fernando Jáuregui – ¿Resignados a la corrupción?


MADRID, 12 (OTR/PRESS)

A veces uno tiene la impresión de que los partidos políticos, que no son corruptos así, en abstracto, y los máximos dirigentes políticos, que en concreto me parece que tampoco, se resignan, sin embargo, a convivir con la corrupción en sus filas. O la aceptan como mal menor. Por ejemplo: ¿cómo separar ahora al tesorero del Partido Popular, Luis Bárcenas, aunque solamente sea para que pueda defenderse mejor del aluvión de acusaciones que se le viene encima, sin causar escándalo? O, peor, ¿cómo emplear el bisturí contra un hombre que, durante tantos años, ha acumulado tanta información, es decir, que tiene tanto poder en las manos?

Ignoro, desde luego, lo que pueda saber el señor Bárcenas, cuya inocencia por supuesto presumo, aunque los indicios contra él sean bastantes e inciten a la sospecha; de la misma manera, confieso que ignoro si el aún tesorero del PP utiliza esta información acaso comprometedora como una suerte de chantaje para mantenerse en el despacho, como dicen algunos. Pero sé que el señor Rajoy tendría que cesarlo, ya que no tiene la elegancia de dimitir para no salpicar a su partido con esas sombras que sobre él se ciernen y que ojalá, en sede judicial, pueda aclarar, sin maniobras como tratar de que las causas contra él abiertas prescriban.

Resulta curioso el revuelo que se ha armado por un «affaire» claramente menor, como el de los famosísimos trajes de Camps, o como el de las presuntas «mercedes familiares» de Chaves a su paso por la Junta de Andalucía, en comparación con el silencio que ha beneficiado al «caso Bárcenas». No es que yo quiera quitar importancia a las acusaciones contra Camps y Chaves, que, lo he dicho en varias ocasiones, me parecen dos personajes básicamente honestos, aquejados de la fiebre de las mayorías absolutas y de un entorno a veces impresentable; es, simplemente, que me parece que lo que ocurre en el despacho de la planta sexta de la sede del PP que ocupa don Luis Bárcenas es mucho más importante para la salud moral de nuestra clase política que los dos casos arriba mencionados.

Pienso que no puede dejarse ni una semana más sin resolver políticamente -que otra cosa será judicialmente_ el «caso Bárcenas». Rajoy, que vive momentos relativamente dulces a pesar de los disgustos que le da su partido, no puede permitir que este asunto se trate con la misma levedad y con los mismos errores que cometen en lo referente a comunicación y estrategia Camps -hay que ver la penosa utilización que se está dando a la televisión autonómica valenciana_ y Manuel Chaves -lo mismo, aunque me parece que en menor grado, podría decirse de la tele pública andaluza-.

Dejar que este asunto se pudra no hará sino contribuir a que los ciudadanos cada vez se encojan más de hombros ante los desmanes de algunos de quienes los representan. Porque sigo sin entender, aunque sin duda hay muchas explicaciones, que los electores no castiguen la creación -y cierre_ de comisiones de investigación fraudulentas, el mirar hacia otro lado ante corruptelas urbanísticas sin cuento, la descarada utilización de ciertos medios públicos en beneficio propio o la proliferación de obras faraónicas que nadie ha solicitado ni necesita, pero que, eso sí, son carísimas y molestas para el viandante.

Ya digo que no creo que los partidos -ninguno de ellos_ españoles sean intrínsecamente corruptos, ni que se financien de manera fraudulenta, aunque en ocasiones esa financiación pueda ser cuestionable y poco diáfana. Pero lo voy a decir sin ambages: el «caso Bárcenas» se está convirtiendo en un test no solamente para el Partido Popular, sino para toda una clase política, judicial y mediática que permite que las cosas hayan llegado a este extremo.

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