MADRID, 18 (OTR/PRESS)
La madurez está asociada a la pérdida de la inocencia, pero yo no creía que la inocencia se perdiera todas las semanas, cumplidos los cuarenta, hasta el día en que los demás hacen lo que ya no puedes hacer por ti mismo: darte de baja en el Registro Civil. Todos los intocables, desde la monarquía hasta los obispos, desde el seráfico pacifismo de los homosexuales hasta la inmunidad de los sindicatos de clase, han caído de los pedestales del idealismo. Hasta el jefe de los servicios secretos, el que manda en los que nos espían los teléfonos sin decírselo al juez, ha confundido la empresa estatal de los espías con un cortijo de propiedad privada. «Siempre nos quedará Wimbledon», decía con resignación un amigo mío, convencido de que el tenis era un juego de caballeros, donde el fair-play siempre se imponía, hasta que llegó John Mc Enroe, que bajaba a la pista muy enfadado ,y terminaba cabreado como un futbolista de tercera regional.
Mi amigo ya no podrá decir eso, porque un interesante reportaje publicado en The Independent, deja bajo sospecha a Wimbledon, debido a que el mundo de las apuestas parece que ha logrado corromper a algunos jugadores, que se dejarían ganar a cambio de sustanciosas cantidades de dinero.
Ya sospechaba Julian Barnes que no había que descartar que las aves del paraíso fueran falsas. Bien, pero eso es algo para comprobar después de la resurrección de la carne y todos esos misteriosos procesos de los que sólo hay conjeturas. Sin embargo Wimbledon era una certeza, un auténtico esplendor sobre la hierba. Es algo así como si te dijeran que el Príncipe de Gales se saca unas libras amañando carreras en Ascot. Tenemos asumido lo de los políticos corruptos, que cualquier día será un pleonasmo* ¡Pero Wimbledon!.
