Rafael Torres – «Al margen» – Acciones del Paraíso.


MADRID, 19 (OTR/PRESS)

Vicente Ferrer sabía cómo hablarles a los ricos para conmover sus corazones inexistentes: les proponía canjear su dinero por acciones del Paraíso. Bien es verdad que sobre eso, y no sobre otra cosa, se fundamenta la caridad, pero el ex-jesuita que tanta miseria dulcificó en la India no se andaba con los eufemismos y los circunloquios tan caros al tradicional comercio de obras pías, sino que emplazaba directamente a aquellos que se proponía sablear a adquirir esos bonos, esas acciones. Usaba para ello los conocimientos de cálculo y contabilidad espiritual que había aprendido en sus tiempos de activista ignaciano, y su éxito, que lamentablemente no ha sido el de abolir el hambre, la injusticia y la explotación en el mundo, ni siquiera en la parte del mundo donde actuó con energía y determinación admirables, fue, más bien, el de hallar el modo moderno de robar a los ricos para entregárselo a los pobres. Bueno, eso ya lo hacían Robin Hood o Luis Candelas, pero en tanto que esos héroes legendarios dejaban a los ricos corridos y ofuscados, Vicente Ferrer les dejaba más contentos que unas castañuelas. De algún modo, les hacía ver que la salvación de sus almas pasaba por la devolución de una pequeñísima parte de cuanto ellos robaban a los pobres precisamente.

Hace cosa de diez años pasé una tarde a solas con Vicente Ferrer en Madrid, escala de una las giras que hacía, de vez en cuando, para recaudar fondos. Era, lo sabe todo el mundo, un hombre encantador, seductor y, sin embargo, nada cínico: no apelaba con untuosidades miríficas a la conciencia del opulento, pues poco o nada esperaba de ella, sino que apelaba directamente a su interés. Le ofrecía un buen negocio, una ganga, una bicoca: acciones preferentes del Paraíso. Con ellas, con sus réditos, podía disfrutar del Edén desde ahora mismo y hasta la eternidad.

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