Fernando Jáuregui – Siete días trepidantes – Una semana muy triste


MADRID, 20 (OTR/PRESS)

OTEGI PIERDE SU OPORTUNIDAD

Arnaldo Otegi, que, dicen, pretende situarse al margen de la violencia y en el independentismo pacífico, ha perdido su última oportunidad de mostrar coraje frente al dictado de los verdugos de ETA. El ex líder de la extinta Batasuna no ha podido, querido o no se ha atrevido a condenar con la contundencia debida el horrible asesinato por la banda del terror del inspector Eduardo Puelles, un experto en seguimiento de etarras, un hombre que velaba por la seguridad de todos. Tampoco Iniciativa Internacionalista, esa formación apresuradamente aglutinada en torno al vetusto dramaturgo Alfonso Sastre, ha sido capaz de romper amarras con la locura etarra. En la Euskadi de Patxi López ya no hay sitio para los cómplices de las bombas lapa, del tiro en la nuca, del secuestro y del chantaje. Cuánta sangre, cuánto sufrimiento, inútiles.

Desde instancias oficiales se trata de quitar importancia al hecho de que ETA conociese que Puelles era alguien directamente encargado de combatirla, y muy eficazmente por cierto. Dicen que en Arrigorriaga se conoce todo el mundo: es una explicación que no basta, en un País Vasco donde siguen imperando el miedo, el chivatazo a los asesinos, el vecino soplón cómplice del terror. Y conste que eso no se contradice con la evidencia de que ETA no tiene ya la fuerza ni la influencia de antes. Ocurre solamente que aún quedan fanáticos, o estúpidos, que creen el mensaje demencial de la banda de verdugos.

Así que Otegi y su círculo han dejado pasar el que yo creo que es su último tren para desmarcarse de esos chivatos de ETA, de los cómplices, próximos o remotos, de la tortura. Que se deje de una vez de palabras redundantes, de circunloquios y ambigüedades, de llamamientos a una negociación que se va haciendo cada vez más imposible: para él, no hay esperanza de redención. Es una vía cegada, y pagará por ello, como pagarán –siempre acaban en la cárcel– los que pusieron la bomba lapa que tan cruelmente acabó con la vida del héroe Puelles.

¿TIENE BUENA INFORMACION EL ESTADO?

Lo que cabe preguntarse, a la vista del crimen de este viernes en Arrigorriaga, es si el Estado tiene suficiente información sobre ETA. No seré yo, desde luego, quien cuestione la labor de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad ni la del Ministerio del Interior, en general; creo que su eficacia está demostrada. Con Puelles desaparece uno de los más importantes expertos policiales sobre el terreno en lo referente al combate contra ETA. Y es natural la preocupación que antes sugería: esta vez, el golpe de la banda no parece haber sido a ciegas.

Lo que los periodistas sabemos, o suponemos, es que la información en poder del Gobierno es cada vez mejor. Pero también sabemos que la coordinación entre los servicios no es todo lo buena que debería ser. Y parece, dicen, que lo que ocurre en el interior del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) no coopera precisamente a engrasar esa coordinación.

LOS LIOS DE LOS ESPIAS

Los ataques contra el director del CNI, Alberto Saiz, no son solamente periodísticos: las filtraciones desde «la Casa» proceden de muchas fuentes crispadas con el director y su entorno –Operaciones e Inteligencia, además de su jefa de Gabinete–, y parece que hasta la mesa de Rubalcaba ha llegado alguna protesta francesa, amén de las de Policía y Guardia Civil. Casi carece de importancia, así, saber si Saiz paga de su bolsillo o no algunas excursiones internacionales de caza y pesca, en comparación con la trascendencia que tiene que cunda la sensación de que «los servicios» no funcionan a pleno rendimiento.

La información de que la cúpula antiterrorista del CNI dimitió hace más de un mes ha provocado, así, un tsunami subterráneo; sobre todo, porque Zapatero justificó la permanencia de Saiz al frente del CNI, tras haberse agotado su mandato legal de cinco años, en la eficacia mostrada por el centro del espionaje en la lucha contra el terrorismo. Una eficacia que, desde luego, existió en el pasado inmediato. Antes de la oleada de dimisiones de tres buenos funcionarios.

Así las cosas, ocurra lo que ocurra este martes en la comisión de secretos oficiales del Congreso de los Diputados, ante la que ha pedido comparecer Saiz, ocurra lo que ocurra en la comisión de Defensa de la Cámara Baja, ante la que pretende hacerle comparecer la oposición a fin de este mes, el director del CNI tiene que abandonar el puesto. No por sus presuntas veleidades –de las que desde «la Casa» se ofrecen bastantes ejemplos, algunos bien chuscos–, sino porque en el Centro hay demasiada gente que está contra él.

SOBRE CORRUPCIONES (CAPITULO…)

Lo de Saiz es apenas un capítulo más en el culebrón de presuntas corrupciones que, como voraz incendio de verano, se extiende por la geografía nacional. Que el aún tesorero del PP, Luis Bárcenas –que también debería, por otras razones, abandonar el puesto–, se haya adelantado a pedir su comparecencia ante el Supremo, para responder de los cargos que le imputan la Fiscalía Anticorrupción y el Tribunal Superior, así como varios medios de comunicación, no deja de ser una maniobra con escasa trascendencia jurídica. Bárcenas busca un golpe positivo de imagen, al tiempo que se querella contra un diario nacional que le ha perseguido implacablemente.

Puede que nada de lo que haga Bárcenas le sirva de gran cosa, cuando el Supremo está a punto de decidir si admite a trámite el caso que se le envía; en el PP existe la impresión de que al tesorero le espera un duro via crucis, y también la de que Rajoy ha estado demasiado lento a la hora de resolver este asunto: se ha dado mucha más prisa para quitarse de encima a Ruiz Gallardón como alternativa, fijándolo desde ya como candidato a la reelección en la alcaldía madrileña.

En cambio, me parece que los «casos» que afectan al presidente de la Generalidad valenciana, Francisco Camps, y al vicepresidente tercero del Gobierno, Manuel Chaves, se desinflan algo. O del todo. En el PP existe la convicción de que el Tribunal archivará las acusaciones contra Camps, y lo de Chaves ni siquiera ha ido a parar a sede judicial, porque no hay caso, por mucho que quizá los «populares» insistan en sus ataques contra el ex presidente de la Junta andaluza en la última sesión del Congreso de los Diputados de este período de sesiones, antes de que Sus Señorías inicien unas largas, largas vacaciones. Se trata, eso sí, de aumentar la ya patente crispación de Chaves, que, a estas alturas, debe de estar maldiciendo la hora en la que se le ocurrió viajar definitivamente desde «su» Sevilla a Madrid, capital de todas las tormentas.

FERNANDO JAUREGUI

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