Fernando Jáuregui -La semana política que empieza -«Hay épocas en las que los países se vuelven locos»


MADRID, 21 (OTR/PRESS)

Algunos políticos que protagonizaron la transición me dejaron enormes legados de sabiduría: tuve ocasión de tratar al Adolfo Suárez que dimitió, sin una explicación suficiente a mi juicio, de la presidencia del Gobierno. Y, teniendo en cuenta que los periodistas y los políticos no solemos hacernos amigos, y quizá tampoco debamos serlo, recuerdo con enorme cariño, no obstante, algunas confidencias que me hicieron gentes admirables como Agustín Rodríguez Sahagún, Chus Viana, Joaquín Garrigues o Francisco Fernández Ordóñez. Fue este último quien, en una etapa particularmente agitada de la vida española, y cuando ya veía que la muerte le rondaba, me dijo: «hay épocas en las que los países se vuelven locos, y eso es irremediable».

Lo cierto es que, desde entonces, y cuando acaban de cumplirse treinta y dos años de las primeras elecciones democráticas, han sido varios los momentos en los que me ha parecido barruntar que este país, España, se volvía rematadamente loco, rompiendo una tónica general de cierta cordura, que es la tónica que nos ha permitido llegar con bien hasta aquí. Puede que ahora estemos ante uno de esos períodos que «Paco» Fernández Ordóñez podría haber considerado como de cierta locura. La de ETA, que no acaba –fue la pesadilla de la transición, y, aunque debilitada, sigue siéndolo ahora–, es el principal de los despropósitos que arrastramos, qué duda cabe. Todo lo demás hay que ponerlo en un plano diferente.

Pero sí, hay otros vientos de locura arrasando la vieja piel de toro, que nunca ha conseguido pacificar del todo su problema territorial, ni consolidar el funcionamiento de algunas de sus instituciones. Cuando afrontamos el comienzo de esta semana voy a ser más concreto a la hora de elegir un ejemplo: el de los servicios secretos. Un país no puede instalarse en el desatino permanente cuando de las cañerías del Estado se trata. Y la esencia de los servicios secretos es que no se hable de ellos, que no salgan del anonimato, que estén lejos, como su nombre indica, del protagonismo. En Gran Bretaña, hasta recientemente, incluso se negaba la existencia del MI5 y el MI6, esos centros de espionaje sin embargo tan aireados, muy a pesar de los responsables de «la casa», por novelistas y desertores varios.

Aquí, andamos con el Centro Nacional de Inteligencia ocupando titulares en muchos medios, pendientes del paso de Alberto Saiz, su controvertido director, por la comisión parlamentaria de secretos oficiales –que suele ser la menos secreta de las comisiones–, a fin de explicar algunas cosas que tienen que ver con su trayectoria y sus actividades público-privadas. Apasionante espectáculo el de todo un país asomado al balcón para contemplar las piruetas de sus espías. No, si ya sé que no es la primera vez que ocurre: pero no me negarán que esto es un circo, y que alguien debería introducir un poco de sensatez en un debate político dominado por las corruptelas, la frivolidad y la cara dura.

¿Que exagero? ¿Que lo del CNI es apenas una excepción a la regla del buen funcionamiento, en general, de instituciones y sistemas? Hombre, no me diga usted que no es de locos lo que ocurre en el Tribunal Constitucional, por poner otro ejemplo, donde la presidenta ha tenido el cuajo de afirmar que sus tiempos no son los tiempos de la prensa y que ya emitirán su sentencia sobre la constitucionalidad o no del Estatut de Catalunya cuando convenga: llevan ya más tiempo deliberando, en medio del marasmo interno, sobre esta cuestión de lo que se tardó en redactar el propio Estatut.

¿Más ejemplos? ¿Lo de la diversidad –demencial– de recetas incompatibles, todas ellas para salir del marasmo económico? ¿El funcionamiento –loco, loco– de algunos ministerios? ¿El de algunos elementos muy representativos de la oposición? ¿Algunas cosas que ocurren en la Judicatura –no me digan que no era una locura el planteamiento huelguístico de ciertos magistrados–? Y ¿qué me dice usted de algunas cosas que suceden en los medios, ese cuarto poder que debería ser el encargado de controlar a los otros tres, embarcado en alianzas acaso contra natura?

Ay, si Fernández Ordóñez (Francisco), ese hombre tan lleno de sentido común, levantara la cabeza… Todos locos, diría, con la tranquila sorna de quien sabe que lo que no tiene remedio simplemente no tiene arreglo.

FERNANDO JAUREGUI

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