MADRID, 23 (OTR/PRESS)
«La Justicia tiene que ser discreta», afirmó, con razón, María Dolores de Cospedal, la secretaria general del PP en los Desayunos de Europa Press, a los que ahora los políticos -también sucedió con Leire Pajín y con alguno más-, suelen ir con una «clá» que aplaude y jalea. Se habló del «caso Gürtel» y de ese hecho tan poco edificante -lo mismo que casi todo lo que sabemos- de que los medios de comunicación publiquen los autos del juez antes de que los conozcan los afectados, sean imputados, testigos, actores principales o secundarios de la trama. Y sin que intervenga el Consejo del Poder Judicial ni el fiscal ni nadie. El secreto del sumario se cotiza menos que las negociaciones del Alcoyano para fichar a un jugador.
«No decir más de lo que haga falta, a quien haga falta y cuando haga falta», decía Maurois. Algunos jueces estrella -lejos de la idea de lo que debe ser un juez y la justicia- siguen la norma al revés: decirlo todo a quien contribuye a expandir la sospecha y, eso sí, cuando parece beneficiar a unos frente a otros. Ser imputado, frente a lo que la mayoría de los ciudadanos cree, es una de las escasas maneras que tiene alguien de conocer de qué le acusan y de poder defenderse. Seguramente lo que dicen los periódicos es lo que se desprende de las investigaciones del juez, pero eso no lo sabremos -ni nosotros ni los afectados- hasta que les acusen formalmente o se levante el secreto del sumario. Pero cuando suceda, en éste y en otros casos, los que han estado en las portadas de los medios seguramente ya habrán recibido el veredicto de la opinión pública. Y aunque la justicia les declare inocentes, serán sospechosos o culpables toda la vida.
Los periodistas hacemos nuestra función, que es contar noticias. Los jueces deberían hacer la suya que es -mientras no cambie el procedimiento, que ya es hora- investigar, buscar pruebas y ponerlas a disposición de los tribunales, no de los periodistas. En silencio, sin ser protagonistas de nada, guardando el secreto de las investigaciones porque está en juego el honor de las personas y eso, para la mayoría de los ciudadanos, no tiene precio. Y, si fuera posible, sin que nadie sepa quién es el juez que lleva el asunto. Eso lo hacen algunos excelentes jueces y otros lo incumplen todos los días, sin que les pase nada. Los políticos que son Billy el Niño para juzgar y condenar al contrario y un caracol para juzgar los desmanes propios, parece como si padecieran una ceguera selectiva. Y los jueces, que no deberían jugar a la política, tendrían que tener activos todos los sentidos, pero la boca callada. Los jueces no hablan, sólo dictan sentencias. A veces.