Fernando Jáuregui – La semana política que empieza – La sombra de Puelles es alargada


MADRID, 28 (OTR/PRESS)

Está bien que la sociedad no olvide a las víctimas del terrorismo, y coincido con el hermano del último asesinado por ETA en pensar que no deberíamos llamarlos «víctimas», sino «héroes». También reconozco haberme emocionado ante el valor mostrado por la viuda del inspector Eduardo Puelles, Paqui Hernández, y por su hermano, el ertzaina Josu Puelles, a la hora de hacer público el álbum familiar, a la hora de desvelar el afecto por el trabajo que hacía el policía asesinado por la banda del horror y del terror.

Algunos periódicos publicaban este domingo fotografías de ese álbum familiar y declaraciones de viuda y hermano, emocionados y enteros. Han dado la cara y han mostrado la imagen de los dos huérfanos de Puelles porque están justamente orgullosos de él, que trabajaba, lo decía, para salvar vidas. No pudo salvar la suya, pero acaso haya hecho mucho más, acaso haya prestado, con su sacrificio, con su muerte horrible, el mayor de los servicios: hemos ascendido un peldaño más hacia el fin de ETA. Un fin que, me repito, está próximo, porque es imposible extender más tiempo la sinrazón.

Me lo decía un relevante miembro de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad con quien comentaba la entrevista con los admirables Paqui Hernández y Josu Puelles: los familiares de los asesinados ya no se callan, ya no se esconden como si la sombra del muerto fuese un baldón infamante, como si la maldición de las pistolas y las bombas de ETA fuese a perseguir a los próximos a los asesinados por la banda. El colmo: primero mataban a la persona y después decretaban el aislamiento social de sus allegados. Ciertos bienpensantes, incluidos algunos nacionalistas moderados, cooperaban a este aislamiento: lo mejor es no mostrar las lágrimas de las viudas, la ira de los hijos, mejor que no griten su odio a los verdugos desde los micrófonos en los funerales, porque en ese grito no siempre se piensa lo que se dice.

Paqui Hernández ha hecho algo muy diferente: se ha ido a los micrófonos, ha gritado, se ha tragado las lágrimas y el luto y ha salido a pelear. Como Mari Mar Blanco, ahora en el Parlamento vasco. Como otros y otras –aún recuerdo aquel «hijos de puta» lanzado con rabia por la hija de un concejal tiroteado por la banda–. Tienen todo el derecho del mundo, casi diría yo el deber, de gritar que los suyos tan cobardemente, tan cruelmente, tan inútilmente, asesinados por la mafia de la sangre, son héroes. Nuestros héroes.

Yo diría que, pese a que algunos silencios cómplices se han reproducido, pese a que el absurdo debate interno en la banda del horror se acaba decantando siempre a favor de los verdugos, pese a que parece que siguen preparando su «campaña veraniega», este último crimen etarra ha marcado una inflexión. Me consta que algunos que han apoyado cierta fantasmal opción electoral que no ha criticado este crimen están hoy muy arrepentidos de su voto: no fue un voto antisistema, ni un grito de protesta radical, sino una bala en la recámara de ETA. Y en los oídos de no pocos vascos, hasta ayer indiferentes a los efectos de las actividades locas de ETA, resuena hoy, estremecedor, ese grito del desafortunado Eduardo Puelles: «sacadme de aquí».

Quiero ser optimista, necesito ser optimista: la sangre de Puelles no ha sido inútil, ya lo verán. El País Vasco ya no volverá a ser lo que era hasta el 19 de junio, cuando el coche de Puelles, con él dentro, se convirtió en una pira funeraria.

FERNANDO JAUREGUI

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