El listo de Tegucigalpa


MADRID, (ABC)

El duelo el sol está fijado en la pista del aeropuerto de Toncontín, pero no estoy seguro de que Manuel Zelaya acuda a la cita. Ni hoy ni en las próximas 72 horas. Si lo hace, el ex presidente hondureño no acudirá en pijama, como llegó a Costa Rica hace cuatro días.
Aparecerá vestido de terrateniente -con botas y un sombrero Stetson- y escoltado, entre otros, por José Miguel Insulza, secretario general de la OEA. Hugo Chávez -figura clave en este vodevil- se ha descolgado de la comitiva.

Vista la reacción de la OEA, la ONU y la UE cuesta oponerse a la teoría dominante, pero lo mejor que podría hacer Zelaya es aprovechar la inmerecida fama adquirida estos días, instalarse en Caracas y vivir del cuento. Seguro que Correa, Morales y Ortega le invitan a sus fiestas.

Abundan quienes deciden cuál es el bando «malo» en cuanto atisban un uniforme, pero seamos serios. Aquí, el culpable es Zelaya.

El tipo, ranchero y rico de familia, no es precisamente un genio.Fue él quien se empeñó en alterar la Constitución, para eliminar la norma que prohíbe la reelección presidencial, siguiendo el ejemplo de Chávez, su financiador petrolero.

Cuando el Congreso, donde el Partido Liberal al que pertenece Zelaya tiene mayoría, votó en contra, ordenó al jefe del Estado Mayor que movilizara la tropa para garantizar la consulta. Cuando el general manifestó sus dudas, lo destituyó. La Corte Suprema restituyó en su cargo al militar y poco después, el Tribunal Supremo Electoral dictaminó que el presidente no tiene atribuciones para convocar ese referéndum.

Zelaya no se dio por enterado. Lo prudente hubiera sido dejarlo seguir y que se estrellara en las urnas, pero jueces, congresistas y militares decidieron mandarlo al extranjero.

Si finalmente se presenta en Tegucigalpa, le darán un buen susto y lo volverán a echar. En noviembre habrá elecciones, como ha prometido su sucesor, y todo seguirá más o menos igual.

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Autor

Alfonso Rojo

Alfonso Rojo, director de Periodista Digital, abogado y periodista, trabajó como corresponsal de guerra durante más de tres décadas.

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