Carlos Carnicero – Garoña y el blindaje de la democracia


MADRID, 4 (OTR/PRESS)

José Luis Rodríguez Zapatero es un político solitario, táctico, con instinto y que además funciona con las encuestas en la mano. Tiene una habilidad extraordinaria para decir a cada uno lo que quiere oír; es capaz de prometer cosas contradictorias y no piensa en las consecuencias y en los costes de las decisiones políticas porque lo que prima son las soluciones instantáneas sobre los problemas que es incomodo contemplar en una perspectiva lejana.

La soledad con la que toma sus decisiones se ha definido en su entorno como «radial». Zapatero irradia y los demás ejecutan. El presidente elige a sus colaboradores más directos y a sus asesores áulicos fuera del núcleo del partido porque sabe que llevarle la contraria equivale a proferirle una ofensa. Piensa en él y no en el estado y es frecuente conocer anécdotas de personas que se referían a las consecuencias de abrir determinados debates, como el nuevo estatuto de Cataluña, y su respuesta invariable no es hablar de las consecuencias para España sino las que le afectan a él personalmente. El bonapartismo o cesarismo es una condición frecuente del ejercicio del poder en el que quienes lo padecen piensan que han sido ungidos de unos dones especiales para gobernar al margen de los ciudadanos, aunque siempre los invocan a ellos para justificar sus conductas y en algunos casos, como el que nos ocupa, sin que esa conducta sea contradictoria con su origen y legitimidad democrática indiscutible. Pero son los tiempos que nos ha tocado vivir y la elección posible es entre Zapatero y Rajoy: hasta ahora la mejor garantía para que el presidente socialista continúe en La Moncloa.

El cierre de la central de Garoña es un buen ejemplo del hurto de un debate a la sociedad porque la decisión estaba vinculada a voluntad y al cálculo personal del presidente en medio de una polémica larvada dentro de su propio partido. Si todavía no se ha producido, ni siquiera formulado, el cambio inevitable de modelo económico para sobrevivir a esta crisis y ganar posiciones en este mundo en ebullición, ¿por qué precipitar soluciones? Y, sobre todo, por qué anunciar el blindaje de una decisión institucional y democrática que podrá revocarse por una norma del mismo rango. Las cosas que quedan «atadas y bien atadas» no suceden siquiera en las dictaduras, porque una de las condiciones de la democracia y de la soberanía popular es que gobiernan sobre un mundo en el que las leyes se pueden cambiar siempre que tengan mayoría y encajen en la Constitución. Eso lo tendría que saber hasta Zapatero.

CARLOS CARNICERO

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