Esther Esteban – Más que palabras – Obiang y el pedigrí democrático.


MADRID, 14 (OTR/PRESS)

En Guinea Ecuatorial se siente una extraña sensación. En la antigua colonia española compartir el idioma provoca una cierta complicidad con el lugar y lo mismo ocurre con el entorno cuando uno se encuentra en la plaza de la catedral de Malabo construida por un discípulo de Gaudí. Sin embargo, el ambiente es espeso, tenso, asfixiante, propio de una dictadura brutal al que los más poderosos del planeta pretenden dar una pátina de apertura democrática para justificar sus negocios.

El viaje del ministro Moratinos, que pretendía marcar un antes y un después en la relación de España y el país africano, ha sido bronco, áspero lleno de tensiones y desencuentros, pero de una experiencia inolvidable para los periodistas que hemos cubierto la visita. Tres días intensos donde aunar intereses era misión imposible: el régimen de Obiang empeñado en demostrar, sin éxito, su cara mas amable; los periodistas, como no podía ser de otra forma, abanderando la causa de los derechos humanos y la libertad de expresión; los empresarios, recelosos de que nuestras opiniones críticas y descarnadas dieran al traste con sus oportunidades de negocio; y, los parlamentarios, lamentándose de que la presencia de Fraga restara protagonismo a sus formaciones políticas.

Y, entre tanto, el ministro de Asuntos Exteriores intentado hacer un encaje de bolillos imposible en el que su diplomacia se puso a prueba desde el minuto uno y saltó en mil pedazos cuando reaccionó de forma colérica e impropia ante la primera crónica de la periodista de TVE (a quien luego pidió perdón públicamente) que dijo algo tan obvio como que en ese país subsahariano la apertura hacia la democracia es un simple paripé, que da alas al régimen. Se trataba de buscar una luz entre las sombras, pero estas siguen siendo tan grandes que era algo así como pretender hallar la cuadratura del circulo.

Finalmente hubo Día «D» y hora «H» y los periodistas nos pudimos sentar cara a cara con Teodoro Obiang Nguema en una rueda de prensa que requirió una amplísima cocina previa de la diplomacia. Primero se nos sugirió pasar una lista de preguntas genéricas para que «Dios «-nombre con el que se conoce allí al dictador- valorara si debía acceder o no al encuentro. Después se nos advirtió que no nos podríamos salir del guión y sólo cuando era evidente que no cumpliríamos las exigencias Obiang -en un calculadísimo golpe de efecto- rompió la censura previa. «Me llaman dictador y yo presumo de de ser un dictador porque dicto las normas ¿qué dirigente no lo es?», soltó a bocajarro con la naturalidad de quien se cree en posesión de la verdad.

Negó las acusaciones de corrupción pormenorizadas en informes publicados por Amnistía Internacional y Humen Rights Wattch, según los cuales los beneficios del petróleo -que suponen nada menos que el 95 por ciento del PIB del país- van a parar a los bolsillos de su familia. No se inmutó al señalar que «si no se reparte la riqueza es porque los guineanos son holgazanes que no quieren trabajar» e, incluso, se erigió en el más grande de los demócratas porque si lleva 30 años en el poder es «porque el pueblo le elige continuamente». Incluso no negó su deseo de que la dinastía continúe. «Mi hijo tiene mucho carisma, todo el mundo le vota y nadie prohíbe que el hijo de un presidente sea su sucesor», sentenció impasible.

El ambiente en el suntuoso palacio de Africa en Bata -donde se celebro el encuentro- era espeso e irrespirable para cualquier demócrata, pero el presidente ecuatoguineano -que se despachó a gusto contra la prensa española por denunciar sus abusos- sabe que a la hora de elegir entre dinero y derechos humanos los países con incuestionable pedigrí democrático prefieren el color del primero y hacer la vista gorda con lo segundo. Tiene 67 años, es inteligente, gobierna con mano de hierro y no necesita ni quiera utilizar guante de seda porque todos con EE.UU. y Francia a la cabeza están repartiéndose un trozo del pastel del tercer productor de petróleo del Africa subsahariana.

Su gran espina es que la madre Patria siga señalándole con el dedo acusador y que se cuestione su RH su pureza de sangre democrática por cuyas venas no corre ni una gota. Nuestra diplomacia quería pasar pagina, empezar un tiempo nuevo. Nuestros empresarios cerrar sus operaciones. ¿Por qué España no puede hacer aquí negocios como el resto de los países?, se preguntaban. Los parlamentarios pretendían propiciar algún signo de apertura. Fraga expiar parte de la culpa de su generación por el abandono en el que se dejó a los guineanos tras la declaración de independencia y los periodistas queríamos ser sólo eso: periodistas, ¡nada más pero nada menos que periodistas!. No era solo un Sudoku difícil de resolver sino una cuadratura del circulo kafkaiano, casi imposible. El tiempo dirá si la cuestionada visita de Estado ha merecido la pena. Ya se sabe… poderoso caballero es don dinero.

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