Consuelo Sánchez-Vicente – Humanos, e imperfectos.


MADRID, 16 (OTR/PRESS)

No suelo utilizar la primera persona del singular en mis artículos pero hoy quiero hacerlo. Quiero hablar de sentimientos personales. He pensado muchas veces en la enfermera de Rayan desde la muerte del pobre crío. Inmediatamente después de toda la solidaridad con el padre y marido, Mohamed, a quien deseo y ojalá no le falte en el futuro la suerte que hasta ahora le ha sido tan esquiva, quiero mostrar toda la compasión hacia esa joven por lo que está pasando y por lo que con seguridad le falta por pasar. Ante los tribunales, por el fatal error que ha conducido a la muerte de Rayan. Fuera de ellos porque, aunque el nombre de esta joven aun no es público, no hay que ser muy listo para saber que pronto lo será, y ella, carne de paparazzi. La profesión de periodista, mi hermosa profesión, no es así, carroñera, la avaricia del todo por la audiencia (en realidad del todo por la pasta) es lo que la «ha vuelto así» en algunos medios pero, paro, no es de esto de lo que quiero escribir hoy

Llegan noticias de que esta enfermera está totalmente abatida, tanto que ha habido que ponerla bajo vigilancia médica. Aborrezco el «buenismo» así que no caeré en el: tiene motivos para estar destrozada, es muy gordo lo que ha pasado, y deberá responder por ello ante la Justicia. De las responsabilidades penales hay que responder personalmente, con los atenuantes o los agravantes que en derecho proceda. Pero, por situar la tragedia en su contexto, me gustaría recordar que el trágico error que le ha costado la vida a Rayan no es el primer error humano, ni el segundo error humano, ni el tercer error humano de un profesional sanitario, unas veces joven e inexperto y otras adulto y experimentado, que cuesta una vida en cualquier país incluidos los más avanzados y por supuesto el nuestro. Errores y accidentes, simplemente, forman parte de la naturaleza humana.

Los errores humanos existen, y los accidentes laborales existen, a un piloto se les puede caer un avión lleno de gente, a un ingeniero un puente en hora punta, un juez puede mandar a la cárcel durante años a un inocente, y en los países donde hay pena de muerte incluso ejecutarlo, el conductor más cuidadoso puede atropellar a un anciano que cruza un paso de cebra; nada de esto les suena a nuevo, ¿verdad? No seamos hipocritillas. Y algo más, yo creo en la capacidad del ser humano de superar los golpes de la vida lo bastante como para pensar que esta muchacha podrá asimilar con el tiempo la tragedia que ha protagonizado; y me gustaría decirle que, aunque hoy le parezca imposible, con el tiempo y el cariño de los suyos, será capaz de perdonarse.

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