Perdiendo en Afganistán


MADRID, (ABC)

Se puede ganar, pero vamos perdiendo. La guerra exige determinación, sobre todo en un estercolero como Afganistán, donde florecen los traidores, todo está en venta y al enemigo le importan un comino las vidas de sus propios hijos.

Si se exceptúa a Obama, que ha convertido la derrota de los talibanes y la estabilización de Pakistán en uno de los ejes de su política exterior, no hay un solo dirigente mundial que tome el asunto en serio.

Y resulta chocante, porque desde el inicio de la operación Libertad Duradera, en 2001, los británicos han sufrido 184 bajas, cinco más que las registradas en Irak. Los canadienses han tenido 124 muertos. Los alemanes, 33. Los franceses, 28. Los italianos, 15. Los españoles, incluyendo las víctimas del Yak-42, suman 87.

La lista de norteamericanos caídos asciende a 739, todavía muy lejos de los 4.324 perdidos en Irak, pero crece día a día.

Para triunfar en Afganistán es imprescindible partir del supuesto de que no estamos allí para hacer brotar una democracia a la occidental. Estamos para derrotar a los malos y eso nos obliga a dedicar más recursos, desplegar más tropas y pegar muchos más tiros.

En la actualidad, sumando los contingentes de las 43 naciones integradas en la ISAF, apenas se llega a los 60.000 efectivos, menos de la tercera parte de los que tenían sobre el terreno los rusos cuando controlaban todas las ciudades y las principales carreteras del país.

Duele decir que las unidades de varios países, entre los que destaca España, no han recibido órdenes de combatir. Están allí en «misión de paz» -metamorfoseadas en una especie de ONG armada- porque diplomáticamente conviene a sus respectivos gobiernos.

Ya puede hartarse Obama de repetir que se trata de «una batalla decisiva que no podemos permitirnos el lujo de perder». O se las arregla para sus aliados se mojen de verdad, o vamos listos.

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Autor

Alfonso Rojo

Alfonso Rojo, director de Periodista Digital, abogado y periodista, trabajó como corresponsal de guerra durante más de tres décadas.

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