Rafael Torres – Al margen – La luna.


MADRID, 20 (OTR/PRESS)

Cuarenta años después de que según Jesús Hermida el hombre llegara a la Luna, muchos son los que se resisten a creerlo, pero no tanto por la magnitud o la dificultad de la hazaña como por su irrelevancia y su inutilidad. En realidad, no fue el hombre (el hombre y la hombra, que diría Bibiana Aído) el que holló con su pie el pálido suelo lunar, sino los americanos, esas criaturas de las que nos consta su inclinación irrefrenable a inventarse la realidad y que, por lo demás, andaban empeñados con los soviéticos en una absurda y onerosísima carrera espacial. Los rusos habían sido los primeros en orbitar la Tierra y en mandar al espacio a una perrilla, Laika, y a una mujer astronauta, Valentina Terechskova, de modo que a los yankis sólo les quedaba llegar a la Luna para neutralizar la ventaja de sus adversarios en ese flanco de la Guerra Fría. Pero es que, además, no existía la menor necesidad, el hombre no tenía la menor necesidad, de conquistar la Luna.

El hombre tenía necesidad, sí, de conquistar la Tierra, esto es, de acabar con el hambre, la violencia, la enfermedad y la ignorancia en la Tierra para, según el espíritu hippie que le animaba en aquellos años, convertirla en un planeta habitable en términos de confort y dignidad para todos sus pobladores, pero a la Luna no había la menor necesidad de ir porque en la Luna no se nos había perdido nada, ni los sueños siquiera. Soviéticos y norteamericanos eran, y lo siguen siendo, imperialistas, y por eso querían hacerse con nuestro satélite, que para ellos era un territorio de conquista, para plantificar la bandera y montar allí una base militar, mas como quiera que no montaron ni un blocao, la gente, mucha gente, tomó la determinación de no creerse nada y permanecer fieles a Julio Verne, que sí que había, con su talento fantástico, estado allí.

Pero Hermida, que desde entonces ya se quedó así como es él, retorna con el cuento, contumaz.

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