Charo Zarzalejos – Los pequeños salvajes.


MADRID, 23 (OTR/PRESS)

De vez en cuando se producen acontecimientos que nos conmocionan. Nos conmociona ver como adolescentes son capaces de la máxima crueldad cuando entre ellos se pegan palizas, que graban en sus móviles como si de un trofeo se tratara. Nos llena de vértigo y horror ver como unos niños _con trece años se es un niño_ se ponen de acuerdo para violar, uno tras otro, a una amiga. Y nos desborda, al menos a algunos, comprobar la facilidad con la que las niñas acceden a mantener relaciones sexuales sin calibrar con quien ni por qué.

Cuando se produce un acontecimiento especialmente cruel, la conmoción llega a los medios de comunicación. Nos echamos las manos a la cabeza y nos preguntamos qué hacer. La reacción más habitual es la de apelar al endurecimiento de la ley y no seré yo quien niegue que hay aspectos legales que son de obligada revisión. Pero la experiencia nos dice, en España y fuera de España, que el efecto disuasorio de las normas es bien limitado.

El problema de fondo fue apuntado y bien apuntado por el ministro de Educación, que habló de la necesidad de reflexionar sobre los valores y principios en los que estamos educando a nuestros jóvenes. Es fácil, aunque no del todo errado, echar la culpa a los demás, bien sea la televisión, la escuela, internet*. La televisión brinda a nuestros jóvenes referentes que en muchas ocasiones no tienen límites; no los tienen para ejercer la violencia, para la fascinación por el éxito fácil. En los centros educativos, los profesores en ocasiones son presas del miedo a los alumnos, que no se cortan a la hora de tratarles como a un colega más y, desde luego, el miedo a los padres cuando de imponer una sanción se trata. Y si nos paramos en internet descubrimos un mundo espectacular, lleno de posibilidades y lleno también de imágenes y mensajes tremebundos.

¿Y los niños? Nuestros niños son, en el fondo, niños muy solos, que desde pequeños tienen su llave y manejan el microondas porque cuando llegan a casa nadie les espera. Y también hay niños que no están tan solos pero es como si lo estuvieran, porque en su casa nadie les ha explicado lo que está bien y lo que está mal. Nadie les dice que además de derechos hay obligaciones y que en esta vida todo tiene sus límites, incluida la propia libertad, y que nada se consigue gratis. Hablar de disciplina es poco menos que caer en el fascismo y así nos va.

El Presidente de Francia, Sarkozy, dijo hace ya bastante tiempo que el quería «una Francia en la que los alumnos se pongan de pie cuando entre el profesor», para añadir que a la hora de educar a niños y jóvenes «la belleza no debe quedarse en la puerta de la escuela». Comparto ambas reflexiones. Si se respeta al profesor y el profesor se siente respetado, mejor para todos, sobre todo para los alumnos, que necesitan de la seguridad que da el saber que existen los límites. Y si entre todos fuéramos capaces de huir de lo cutre, de lo vulgar, de lo fácil y de lo absurdo y lo banal, se abriría hueco para discernir y valorar ese punto de belleza que existe en todo lo que nos rodea.

Debemos conjurarnos para reducir al máximo el número de los pequeños salvajes y la tarea es de abajo a arriba. Primero, los padres, que no deben, no debemos, abdicar de nuestra obligación de «acompañamiento» de nuestros hijos; luego, el centro educativo y, en tercer lugar, los poderes públicos, que no estaría mal que nos dijeran que la España que quieren es la de los alumnos que se ponen de pie cuando entra el profesor. De eso, ni palabra y los padres, en solitario, no pueden con todo. Angel Gabilondo, ministro de Educación, haría un favor impagable si se pusiera manos a la obra para iniciar esa reflexión antes mencionada, porque ya estamos llegando tarde.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído