Agustín Jiménez – Gibraltar: aguas menores.


MADRID, 28 (OTR/PRESS)

En una de esas revistas supuestamente enrolladas e inteligentes, un columnista británico escribe que la debacle de la Armada Invencible en 1588 fue crucial «para el mundo» porque, de no producirse, no hubiera habido Inglaterra independiente ni Gran Bretaña ni imperio británico, etc., etc. Enorme tragedia para los británicos que a los demás nos hubiera importado un bledo. Sin las pompas militares y financieras británicas, se hubieran desarrollado de otro modo las ciencias naturales y la antropología, a lo mejor no se hubiera destruido la gran civilización persa, tal vez no se hubiera estancado a la defensiva la inmensa civilización musulmana, quizás no se hubiera creado el problema palestino, probablemente no estaríamos condenados al avispero de Afganistán. Pero, por supuesto, Londres no sería hoy esa gran capital de rapiña financiera ni el héroe Tarzán, el admirable analfabeto blanco, hubiera sojuzgado a los monos. Cualquier hecho produce a la vez productos retóricos admirables y ridículos. Si el inútil de Lord Cardigan no hubiera hecho avanzar a la caballería en Balaklava, Tennyson no habría escrito su poema, tan magnífico como huero, pero tampoco, y eso es peor, hubiéramos podido reirnos con las aventuras del húsar Flashman que concibió MacDonald Fraser. Enjuiciados sin perspectiva, los corsarios ingleses, que, mucho antes que James Bond, obtenían de la reina «permiso para matar», son unos tipos despreciables pero lo cierto es que nos permitieron disfrutar de las novelas de Sabatini. O sea, que no está claro.

Lo que sí es evidente es que la conquista de Gibraltar y el tratado de Utrecht fueron actos de piratería inexcusables y alevoso y no se entiende que España los haya tolerado durante trescientos años. No solo por la ignominia que supone que derroten a nuestros milicos y se pitorreen de nuestra bandera sino porque con el tiempo el peñón del estrecho se ha degradado en albañal fiscal, en retrete sucursal de la City, en beneficio, es verdad, tanto de ingleses como de españoles. La prueba del retraso moral de los llanitos es que actualmente no pueden votar por Rajoy.

Hay un problema, seguramente causado por la ignorancia. Cuando se les ha preguntado a los gibraltareños si querían ser españoles, han contestado que tururú. Pero problema mayor, prueba de cobardía, es la bajada de pantalones de los españoles que acaba de ejemplificar el ministro Moratinos. Como los demás, el ministro tiene derecho a viajar a Londres e incluso a Andorra pero a Gibraltar no, a no ser que lo haga de incógnito, porque en Gibraltar lo contemplan trescientos años de pataleo patriótico.

En cuanto Rajoy gane las elecciones, mandará al peñón a una tropa comandada por Arístegui o mejor por Trillo, que, si venció a las cabras en Peregil, lo tendrá fácil con los monos. Reconquistada la plaza, se cerrarán las ikastolas que propagan el inglés y se restablecerá por fin la auténtica lengua del imperio, que es la lengua andaluza. Para Moratinos, que trató a los gibraltareños como si fueran personas humanas, el más sonoro desprecio.

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