Luis del Val – Ladridos de luna.


MADRID, 10 (OTR/PRESS)

En la educación religiosa que recibí en la escuela, me quedé muy impresionado cuando me advirtieron que Dios lo veía todo. Es decir, que desde la masturbación hasta el hurto de unos céntimos del monedero de tu madre, cualquier acción no podía ocultarse a los ojos del Ser Supremo, que en los libros aparecía con barbas y un triángulo, como si el Sumo Hacedor nos advirtiera, igual que Pitágoras, de la importancia de la Geometría.

Tanto en el PP como en el PSOE, cuyos dirigentes, en una inmensa mayoría, han ido a colegios religiosos, sabrán de qué hablo, y, por eso mismo, me extraña el asombro que suscita entre los populares que alguien escuche sus conversaciones telefónicas. Los del PSOE dicen que se demuestre, pero demostrar una escucha ilegal sólo podría producirse, cuando los agentes que la llevaron a cabo, presos de un ataque de estupidez, se lo fueran a contar a un juez.

Lo de las escuchas puede ser cierto o no, y el cinismo de la invitación a demostrarlo no significa otra cosa que los socialistas son más listos que los populares, que todavía no se han enterado de que denunciar, se puede denunciar, pero la demostración es prácticamente imposible.

Ocurre, también, tanto en las personas como en los colectivos, el problema de la manía persecutoria. Llega un instante en que la asunción de la propia importancia conlleva la sospecha de que todo el mundo está pendiente de ti. Claro que, como decía un judío superviviente de Auschwitz, todo aquel que padece de manía persecutoria, en el fondo, no deja de tener razón. Ahora bien, con razón o sin ella, gente que aspira a gobernar debería saber que no hay nada tan ineficaz como propinarle severos ladridos a la Luna, porque solo se consigue cabrear a los vecinos, jueces y policías.

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