Agustín Jiménez – La que se echa encima


MADRID, 11 (OTR/PRESS)

Casi con toda seguridad, el 100% de la población mundial se va a morir en fecha relativamente próxima. Es el lío personal de la existencia. Cuando la muerte es colectiva, brutal e inesperada, la llamamos catástrofe. En las últimas décadas del siglo XX, había una división del trabajo según la cual las catástrofes solo sucedían en los países pobres. Ha sido efecto de la globalización que los pobres empiecen a disfrutar de alguna de las fruslerías del desarrollo y los ricos se beneficien de un mejor acceso a las catástrofes.

En el rudimentario siglo XX hubo tímidos avances del cambio de tendencias. Desde películas como «Soylent Green», «El coloso en llamas» o «El planeta de los simios» –extraño que nadie haya leído el relato original de Pierre Bulle, que va por otros derroteros– hasta la eclosión en los ochenta del Sida, probable venganza de los monos sobre Tarzán. El siglo nuevo –aquel 11 de septiembre– inauguró el servicio universal de catástrofes terroristas. Eran desgracias desordenadas, como las guerras, que en la segunda mitad del siglo XX solo se producían en sitios sin infraestructuras democráticas. Al 11 de septiembre lo emuló el 11 de marzo, aunque esto a lo mejor fue cosa de ETA.

Pronto siguieron otras variedades catastróficas. Los gases descolocaron definitivamente la atmósfera, y, cuando no lo preveía nadie en absoluto, a excepción de Rajoy, advino la catástrofe financiera. El calentamiento exagerado altera la vida a ciudadanos industrializados y, por ejemplo, interrumpe el ferrocarril en España, próxima primera potencia mundial de alta velocidad. También da pie a fervorosos movimientos de onegés, a miles de servicios de vehículos contaminantes que trasladan a Al Gore y a expertos armados de recetas, a la redacción de panfletos o a evangelios, a conferencias con mucho «powerpoint» y afluencia de guionistas y a una intensa renovación de las flotas de automóviles. Esta semana, cuando quedan exactamente 86 meses para que el cambio climático sea irreversible, se anuncia que el plan Obama de «dinero por cacharros» está disparando las ventas de automóviles.

Lo interesante del plan es que combina la promoción de la industria, parchea la dañada rutina financiera y mejora muchísimo el medio ambiente, lo que es positivo para la salud. Planta cara, pues, a tres tipos de catástrofes.

Pero no a las pandemias. Según la Organización Mundial de la Salud (en 2005), la fiebre del pollo tenía que haber matado a 150 millones de personas, aunque solo han muerto 257: Tal vez el pollo se acoquinó, tal vez funcionaron las alarmas y la rodada estrategias de las cuarentenas chinas, lecciones magníficas de dictaduras milenarias. Estos días se ensayan vacunas contra la catástrofe H1N1, que, por el nombre, debe de ser prima, en el libro genealógico de la OMS, de la H5N1 que inauguraron los pollos. La nueva gripe, que ha tenido la amabilidad de iniciar sus estragos en el hemisferio sur para darnos más tiempo a nosotros, es la última tendencia del terror. O de la conspiración, dicen otros. O de las técnicas de comunicación de periodistas en crisis –apuran quienes recomiendan que, para evitarla, se apaguen la radio y la televisión y se cierren los periódicos–.

En todo caso, la catástrofe ya reina en todos los catálogos y hasta los paranoicos corren peligro de pillarla. Lo único que echamos de menos es que el PP no tenga la valentía de denunciar la nueva verdad: que la culpa de la gripe la tiene Zapatero.

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