Fernando Jáuregui – La era de Valerio


MADRID, 11 (OTR/PRESS)

De madrugada y por sorpresa ha muerto Valerio Lazarov. Una de esas personas que piensas que no va a morir nunca porque tiene ansias feroces de seguir vivo. Le proclamé en más de una ocasión como uno de mis maestros en comunicación, aunque apenas crucé unas palabras con él a lo largo de varios años de relación profesional. En la primera etapa de Telecinco, cuando me llamaron para hacer allí mis pinitos como comentarista televisivo, me impactó con esta frase:

«Lo importante en periodismo no es enseñar a Fraga hablando en una rueda de prensa ante los micrófonos; eso lo muestran todos. Lo importante es grabarle cuando sube las escaleras, manoteando, abroncando a sus colaboradores. Eso interesa más a la gente que la rueda de prensa en sí».

Tenía razón Valerio. Y sigue teniéndola, más aún, en estos tiempos en los que se ha olvidado por completo aquello de que «noticia es todo lo que alguien no quiere que se publique». En estos tiempos en los que lo que se emite o se escribe básicamente son los comunicados de prensa, los vídeos oficiales, lo políticamente correcto que nos ofrece Google, los dictados de los partidos, de las instituciones, de las empresas.

¿Quién investiga hoy las circunstancias periféricas a la noticia, que suelen ser las más significativas? ¿Quién se indigna ante los abusos del Estado, quién denuncia los desmanes de los gobiernos –ojo, que lo digo en plural, porque son muchos, de muchas tendencias, los que, al final, ejercen su poder sobre nosotros–.

Ya sé, ya sé que Valerio Lazarov no era un apasionado de la política. Ni un ideólogo. Ya sé que habrá quien me diga que fue un pionero en la frivolización de las televisiones –aunque nunca del abuso del individuo ni de la mentira pagada, como ahora hacen algunos que se reclaman sus seguidores, pero que carecen de su talento–. Valerio era un profesional de la diversión y de la información. Tenía cosas buenas y cosas malas, como todos; era humano y no era, sin embargo, uno más. A mí me enseñó mucho, y lo hizo por vías expeditivas: más de una vez me llevó a negro, cuando me excedía en el tiempo de mi informativo. Sin dar después ni una explicación.

Al final, lo querías, aunque otros lo odiasen. Y ahora, la triste noticia de su muerte me ha hecho reflexionar en aquellos viejos tiempos en los que, literalmente, Valerio te dejaba decir en directo lo-que-te-daba-la-gana. Aquellos telediarios con él fueron irrepetibles. Era un innovador. Era un hombre libre que fomentaba la libertad. Casi nada. Tengo la agobiante impresión de que con Valerio se acaba una época de la comunicación, la era de Valerio.

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