Charo Zarzalejos – Visiones marinas


MADRID, 13 (OTR/PRESS)

De manera casi compulsiva me he acercado unos días al mar. Siempre me ha fascinado. Su inmensidad, sus tonalidades que actúan a modo de perfecto reloj y nos dicen, sin engaño alguno, la hora del amanecer y nos deleitan con colores indescriptibles el ocaso del sol. Es fascinante el ruido de las olas y la suavidad con la que bañan la orilla cuando retroceden para coger nuevo impulso.

En más de una ocasión me he sentado delante de esta inmensidad; pero miren por dónde, mi fascinación se ha visto alborotada con cada ola. La que no me traía la cara de «El Bigotes», me sorprendía con el rostro de María Dolores de Cospedal («nos están espiando»), que para que no se sintiera sola a muy poca distancia, brotaba la de Elena Valenciano («que lo demuestren») y allí, un poquito más detrás, la silueta de María Teresa Fernández de la Vega, ya de regreso de su viaje americano. Para que nada faltara en mis visiones marinas, veo a Javier Arenas con traje de Tritón que él nada tiene que ver con «la Gürtel».

Pensé que se trataba de puro vicio por mi parte, de visiones marinas producto del stress de todo el año. Pero, no. Repetí el ejercicio de la contemplación y allí que me vi con militantes del PP esposados y con Federico Trillo que tiene a buen recaudo alguna que otra cinta con supuestas escuchas telefónicas. Lo que creí que era una ola desmesurada, resultó ser una sucesión de explosiones en Mallorca, territorio blindado por la Policía, y por el que, como cuestión de Estado, los príncipes y sus guapísimas hijas salen a pasear para que no cunda el pánico. Y así, tonta de mí, equivoqué una festiva romería con miles de ciudadanos pendientes de llegar a su punto de destino, después de que una tromba de agua inutilizara las vías del AVE.

En éstas, una persona situada muy cerca de mí, estornuda y me acordé de la gripe A, que promete ocupar páginas y páginas de los periódicos y poner a prueba nuestro sistema sanitario. El estornudo en cuestión fue una mera reacción al sol, pero nunca se sabe.

Quise creer que mi cupo de visiones marinas se había agotado, pero ¡qué va¡ Me faltaba Díaz Ferrán, que entre la espuma de las olas pregonaba a favor de las reformas «imprescindibles», mientras debajo de una concha el ministro de Trabajo le decía algo así como que «no te empeñes, que por ahí no vamos a ir». Sin duda, donde las olas rugen es por el norte y sobre todo en Galicia y en estas apareció Mariano Rajoy, vestido de Rajoy, que ni en verano se concede licencia alguna. Y es de agradecer porque con chanclas y camiseta –atuendo horrendo donde los haya– la visión se convertiría en pasmo. Lo suyo, lo de Rajoy, no es Marbella, sino Pontevedra y desde allí emergió para dirigirse a ultramar y decirle al oído a Zapatero que a la vuelta del verano le espera. Allí, a lo lejos, muy en lontananza creo ver al Presidente, del que todos -sobre todo los suyos_ esperan un golpe de magia para afrontar el otoño, que como todos los otoños conocidos será caliente.

Como una se acostumbra a todo, he llegado a convivir pacíficamente con tanta visión, pero ¿qué quieren que les diga?, he echado de menos a dos mujeres: Soraya Sáenz de Santamaría y Carmen Chacón. Da toda la impresión de que se han puesto a buen recaudo. Ambas dos tienen claro su negociado y comparten una virtud que es la de no admitir al pulpo como animal de compañía.

Me quedan unas cuantas horas de mar y he decidido pasar del Consejo de Ministros, que se celebra mientras surgen estas líneas, para volver a él y sentirme privilegiada pese a las visiones relatadas. Hoy cientos de miles de compatriotas verán el cielo abierto con los 420 euros que van a recibir mientras estén paro. Pensando en ellos, ni el mar, mi mejor relajante, logra quitarme de la cabeza la injusticia de algunas pesadillas.

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