Fernando Jáuregui – ¿Afganistán? y ¿a quién le interesa Afganistán?


MADRID, 19 (OTR/PRESS)

¿Afganistán? Ah, pero ¿hay elecciones en Afganistán, como si fuese un país occidental y democrático? Es una pregunta, conste, que se me ha formulado hace apenas dos días en uno de esos despreocupados cenáculos veraniegos en los que se mezclan gentes variopintas. Una pregunta que, claro, me ha obligado a meditar acerca de qué diablos estamos haciendo los periodistas. Y en qué diablos piensa esa veleta inaprehensible llamada opinión pública, que pocas veces coincide con la opinión publicada.

Es indudable: estamos ante una nueva era de la comunicación. Los avances tecnológicos y la crisis de la publicidad imponen nuevas fórmulas de hacer periodismo. Pero también asistimos a un cambio de gustos y de exigencias por parte de los receptores de las noticias, que ahora ven que pueden elegir las informaciones que más les interesan, comentarlas y criticarlas. Y, así, por ejemplo, se está dando un creciente divorcio entre lo que los lectores de los periódicos en Internet seleccionan como noticias más leídas y los titulares que decidimos los periodistas como apertura de estos diarios. ¿Elecciones en Afganistán? Eso es algo que, obviamente, interesa mucho menos a los consumidores de la información «on line» que otras cuestiones mucho más refrescantes y «veraniegas». La política, definitivamente, no apasiona -y no pocas veces, ay, se comprende-, mientras las «informaciones» del corazón, el chisme puro y duro o las fotografías de Naomí Campbell en bikini levantan pasiones –lo cual también, ay, se comprende–.

Así, algunos medios en Internet, forzados por la necesidad de recaudar adeptos, tienen que frivolizar sus contenidos y «destapar» sus imágenes, al tiempo que fuerzan sus titulares: todo con tal de captar el interés de sus lectores, que es tanto como captar el interés de los esquivos anunciantes.

Nadie podría acusarme de ser crítico «avant la lettre» de las nuevas tecnologías, que desde hace años constituyen para mí una pasión y una forma básica de vida: soy más bien entusiasta de esta maravillosa autopista de la comunicación. Pero tampoco quisiera conformarme aceptando acríticamente, pasivamente, todo lo que nos viene encima: los contenidos se van haciendo algo más amarillos, los análisis en profundidad, cada vez más escasos, se refugian en el papel, y la investigación va quedando suplantada paulatinamente por las certezas políticamente correctas -y tan fáciles_ de Google. O por aportaciones espontáneas.

Los profesionales, en Internet y no sólo, hemos empezado a acomodarnos con una situación en la que mucho nos viene ya dado, no apenas a través de los buscadores, sino vía comunicados oficiales -tantas veces con sus correspondientes vídeos- de gobiernos, partidos políticos, empresas o instituciones. Hay dentro del mundo internáutico quienes incluso se conforman con la recepción automática de las informaciones que facilitan las agencias, sin pretender siquiera priorizarlas, completarlas o transformarlas: los robots sustituyen de esta manera al periodista clásico.

Así son, con creciente frecuencia, los blogueros o los comunicantes anónimos quienes suministran «su» información, a través de comentarios en foros, redes sociales o aparcamientos de vídeos. Y es precisamente esta información, quizá no contrastada ni del todo desinteresada, pero espontánea y sin barreras, la que aporta, pese a todo, algo de novedad y aire fresco a un periodismo profesional ocasionalmente rutinario, perezoso y cada vez menos interesado en jugarse el tipo y en hacer buena la máxima aquella de que «noticia es todo aquello que alguien no quiere que se publique».

Las nuevas tecnologías, por otra parte, facilitan una publicidad invasiva que el medio ya no controla, de forma que en tantas ocasiones los responsables de los periódicos digitales ya no saben ni quién se anuncia en ellos, ni dónde va a insertarse la publicidad, lo que puede hacer que cunda la sensación de que determinados artículos están «al servicio» del anunciante.

¿Estamos ante la muerte del periodismo tal y como se concebía hace una década? Probablemente. Al menos, en ciertos aspectos. Y no digo que ello sea malo por principio. Digo solamente que se hace urgente una reflexión de hacia dónde vamos y de cuáles son las prioridades de quienes hemos elegido dedicarnos por entero a la comunicación, sea al nuevo o al viejo estilo, que, al fin y al cabo, el periodismo es siempre lo mismo, en papel, en audiovisual o en Internet. Un periodismo que ha sido, es y debe seguir siendo ante todo un servicio a la sociedad, dado que la información, tras la vida y la integridad física, es probablemente el bien más apetecible para el ser humano.

Una vez dicho, con no poco dolor, todo esto, debo manifestar que a mí lo que me hubiese gustado ahora es estar de enviado especial en Afganistán. Jugándome el tipo como han hecho otros compañeros, como el admirable Emilio Morenatti. Las tareas que me han tocado, son, sin embargo, otras, sin duda más cómodas aunque menos apasionantes. Pero a mí sí me interesa lo que allí ocurra. Mucho más que el discurrir del famoseo en Marbella o Palma de Mallorca, porque creo que en aquel explosivo país -si es que puede llamarse país a aquel volcán de señores de la guerra- se juega buena parte del futuro de la civilización occidental, tal y como ahora la concebimos, para bien y/o para mal.

Creo que las elecciones de este jueves en Afganistán, que ya sé que no apasionan a demasiados lectores, en papel o en Internet, son importantes para demostrar a los fanáticos delincuentes que matan en nombre de Alá para dificultar la acción de las urnas que no se saldrán con la suya. Por eso apoyo la sacrificada presencia de soldados de mi país, junto a los de otras cuarenta naciones, en aquel polvorín al que algunos llaman, y sin duda no les falta razón, guerra. Por esos principios algunos periodistas mueren o quedan mutilados: les interesa más lo que pueda pasar en Afganistán que la serpiente de verano de turno, una de esas que aparecen siempre en la lista de los temas más leídos. Y es que, qué le vamos a hacer, lo importante muchas veces se da de golpes con lo interesante.

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