Charo Zarzalejos – El prodigio Cavadas


MADRID, 22 (OTR/PRESS)

A lo mejor es pura fascinación, pero creo que el doctor Cavadas pertenece a ese pequeño grupo de personas que, alejadas de toda impostura, en la distancia corta no defrauda. Ocurre muy a menudo que las personas y personajes que aparecen entre oropeles, el couché o la televisión transmiten buenas vibraciones que luego, cuando se les tiene cerca, se convierten en pura filfa y caemos en la cuenta que lo suyo es buena interpretación. Sólo eso. Creo, sin embargo, que en el caso del doctor Cavadas nada de esto se produce. Aparece cómo realmente es. Seguro de sí mismo, con principios clarísimos, con una forma de entender la vida y la profesión digna de alabanza. Debo aclarar que no le conozco personalmente, pero nada en él suena a impostura cuando dedica buena parte de su tiempo y de sus conocimientos a ayudar a los más desamparados, cuando renuncia al boato y reconocimiento público que sin duda se merece, cuando, en fin, vive cómo piensa.

El doctor Cavadas es de esos profesionales, en España tenemos unos cuantos, de los que un país se debe sentir orgulloso y al que se debe alentar y proteger. Salva vidas en Africa y en España convierte en vivibles vidas insoportables de conllevar. Y esto, precisamente, es lo que ha hecho en Valencia al devolver, según sus palabras, la dignidad a un hombre que desde hace años ni tragaba, ni olía, ni comía, ni se comunicaba. Ahora, ese hombre «se mira al espejo y sonríe». Todo un prodigio, porque prodigiosa ha sido la intervención quirúrgica cuyo relato pone los pelos de punta, al menos a los legos en eso del bisturí, arterias, nervios y tejidos. Un prodigio se mire por donde se mire.

Este verano, cómo ocurre todos los veranos, se suceden los reportajes y entrevistas a personajes que lo son en la medida que están dispuestos a vender sus vidas, o mejor dicho, a vender el teatro en el que parecen haber convertido sus vidas, con supuestos amores y auténticos desamores, con idilios de tres al cuarto, con trifulcas familiares, que cuanto más trifulca sea más vende. La vulgaridad más absoluta, el chismorreo barriobajero, los gritos desgarrados, los cuerpos de quirófano, los casoplones horteras y los yates de alquiler copan la atención del verano, con personajes que se repiten a sí mismos, que compiten consigo mismos para dar la nota más alta en lo que considero sinfonía de la banalidad.

Pues bueno, en medio de todo esto, aparece el aire fresco y auténtico del doctor Cavadas, que no es asiduo a chiringuito alguno que no sea el avión que le traslada de España a Africa para colocar su hamaca en un inmenso quirófano y allí, cómo tocado por los dioses, coloca brazos donde había muñones y da rostro a un «sinrostro». Nada me parece más fascinante que el trabajo de científicos y médicos dirigido a evitar el sufrimiento humano, a dar esperanza a quienes la han perdido, a hacer vivibles vidas invivibles. Me parece casi heroico ser capaz de hacer del silencio de un laboratorio la melodía necesaria para encontrar esa molécula que quizás, en su interior, tiene el secreto para curar enfermedades y es heroico saber dar tiempo al tiempo y trabajar de manera meticulosa, sin el apremio del éxito rápido.

Ha sido en silencio, de manera solitaria, sin focos ni couchés cómo se logra la buena literatura, cómo surgen los poemas, cómo se pintan los buenos cuadros, cómo se salvan vidas en las UVIS, cómo se producen avances en cirugía y cómo día a día, en España y fuera de España, muchos hombres y mujeres, alejados de casoplones y chiringuitos, trabajan en silencio por lograr menos dolor para los humanos.

Cuando el verano avanza hacía su final y ya todos estamos al cabo de la calle de las aventuras y desventuras de nuestros personajes estivales –casi siempre los mismos–, ver que el doctor Cavadas ocupa, de manera más que merecida, las primeras páginas de los periódicos me produce satisfacción y orgullo. Un prodigioso contrapunto a la vulgaridad.

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